Hace justo quince años, mientras tenía a una de mis niñas bien chiquita y la
otra en la panza de mi señora, embalábamos en su totalidad el departamento
donde vivíamos en Caballito con la idea de irnos a vivir a Florentino Ameghino;
un pueblo de no más de 12000 habitantes ubicado a 420 km de la Ciudad de Buenos
Aires.
La búsqueda de mayor calidad de vida era el motivo, sobre todo para que las
niñas tuvieran una infancia más al aire libre, lejos de los miedos constantes
de la gran ciudad, más tranquilidad para todos en definitiva.
Seguramente por la necesidad económica lógica de vivir, hubiera aprendido sobre
otra actividad, animándome a confirmar que nunca hubiera desarrollado nada de
lo que hice en Buenos Aires durante los últimos 15 años.
Por un motivo ajeno a
mi pareja y a mi, ese destino nunca se cumplió, nos llevo bastante tiempo
desarmar aquellas, cajas que realmente eran muchas, mientras algunos sueños se
empezaban a derrumbar. Que sea como Dios quiera pensamos y aquí seguimos. En la
ciudad de la furia.
En lo personal, como
ustedes ya saben, desde hace largo rato haciéndome un pequeño lugar y un camino
a través del vino.
Arranco un poco con mi
historia, cuando en realidad lo que pretendo es hacer una intro para contar la
de otros, probablemente la que en el 2005 me hubiera gustado empezar a mi, pero
como dije creo que no hubiera sido posible.
Pero hay gente que sí la está haciendo, y seguramente haya muchos; hoy les
quiero contar sobre dos de ellos, a los cuales ya conozco bastante pero quiero
que ustedes también los conozcan, ya que pueden llegar a ser inspiración para
otros que se encuentren en escenarios parecidos.
Al oeste de la provincia de Buenos Aires, cercano al Partido de General Villegas, se encuentra la ciudad de América, justamente no está tan lejos de Ameghino porque casualmente se encuentran a apenas 100kms de distancia entre sí, y en ambos casos la cantidad de habitantes no es tan lejana, porque la primera debe contar con no mucho más de 14000.
Y fue más o menos para la misma época en que con Nancy teníamos planeado
emigrar, que Javier armaba su primer comercio, una despensa polirubro, de esas
que hasta maxikiosco tienen, ubicada en el centro de la ciudad de América, y si
bien el local no era tan grande, en la misma siempre tuvo vinos, los que el
espacio acotado le permitió. Vale destacar que le interesaba mucho tenerlos y
ofrecerlos a sus clientes.
Pero fue exactamente hace tres años que Javier hizo un cambio importante en su
negocio ya que observaba que mientras alguien se detenía para elegir un vino en
la despensa, el comentario o broma de algún vecino presente lo retraía a no
comprar y fue ahí cuando pensó que era necesario tener un espacio donde el
cliente que llegara con intensiones de llevarse alguna "botellita"
pudiera relajarse y disfrutar de ese momento tan especial como es la elección.
El espacio elegido para ello fue un depósito pegado a la despensa, que gracias
a la ayuda de seres queridos en poco tiempo se transformó en el nuevo
"Wine Shop", o "la covacha" como le gusta llamarlo a él.
Conservó el antiguo piso de pinotea, el escritorio del abuelo, y no hay día en
que no piensa en detalle para mejorarlo, temperatura ambiente, luces y música
que no puede faltar me aclara.
Un amigo cercano a la covacha lo contacta con algunos productores que no
conocía hasta el momento, y un panorama que se empieza a despejar cada día más,
notaba esa sensación de que la cosa puede ir por otro lado, al abrir el espacio
para nuevos y pequeños productores; mientras la covacha empezaba a ser testigo
de como aquellos "compradores de vinos" se iban transformando cada
vez más interesados en informarse, aprender, conocer con más profundidad que es
lo que van a descorchar antes de hacerlo.
“Poder traer otros
vinos a mi ciudad y el momento en que la gente descubre la vinoteca al final de
la despensa, son las dos cosas que más me llenan de alegría” dice.
Me aclara que además de tener una enorme variedad de etiquetas de vinos, más de
550 seguro, y donde la mayoría son poco masivas, tiene un rincón para fina
cristalería, habanos y buena selección de destilados.
Javier se muestra muy agradecido con los clientes, amigos, seres queridos que
estuvieron siempre cerca de él, y le ayudaron a llegar hoy a tener el negocio
que soñaba, para poder trabajar día tras día en lo que más le gusta.
A pesar de todo ello,
creo que él aún no sabe que lo mejor está por venir, porque junto a la vinoteca
en un espacio de 42m2 , el cual antiguamente utilizaba como deposito, esta
armando una sala de cata.
Agrandar el espacio para
arrimar más gente al vino, público que quizás nunca se hubiera acercado sino
fuera por cada una de las nuevas iniciativas de Javier. Imaginen si continuaba
con la despensa original? Cuánta gente habría perdido la posibilidad de conocer
nuevos vinos y de aprender más sobre ellos?
En los vinos solemos
hablar de terroir, que las personas forman parte importante y decisiva en el
mismo. Entonces, ¿por qué en nuestro terreno de las vinotecas a veces las
personas no aprovechan para sumarle la impronta que lo pueden hacer especial?
Recién les presenté un caso, pero ahora quisiera contarles sobre otro, y es en
la ciudad de Olavarría, lugar mucho más grande que el anterior, porque la
cantidad de habitantes supera los 110000, pero al mismo tiempo también bastante
alejado de Buenos Aires y sobre todo de su realidad. Esta última, para muchos,
pareciera que fuera única, y me lo hacen sentir cada vez que me repiten la
frase "Dios atiende en Buenos Aires".
Pero de vuelta, sin embargo, creo que son las personas que pueden cambiar ésto,
al menos un poco, lo que si estoy seguro que no debería decirse nada si al
menos no se hace el intento.
Obvio que se necesita
tiempo, pero sobre todo trabajo, imaginación, ganas y más trabajo. No digo que
sea fácil, así como tampoco es fácil cuando un productor se va a hacer un vino
a mas de 2000 metros de altura para lograr algo con una personalidad especial,
que si fuera por comodidad o seguridad nunca asumiría tanto riesgo, paciencia,
o la gran inversión que ello requiere, innumerable cantidad de horas de
camioneta seguramente tendrá que meterle hasta que llegue su primera buena
cosecha.
Y si bien tiene todo tanto que ver para mi, vuelvo al plano original, que son
estas "vinotecas especiales", que precisamente existen porque hay
personas que se ocupan de hacerlas especiales.
Hablando de infinidad de horas, “muy difícil fue el arranque” - son las primeras palabras que salen de Luciano Starface el creador del "Club del Corcho" de Olavarria, a quien a partir de ahora lo empiezo a llamar "el corcho" aunque sus seguidores más fieles le digan "el pela"
Sigue: “partiendo de un alquiler muy caro, la intención de vender vinos nada
conocidos para la mayoría de los consumidores y yo que al tener otra actividad
era muy poco el tiempo que le podía dedicar; transcurrieron dos años y medio,
que a pesar de hacer diversos eventos y en algunos casos tuvimos hasta visitas
de lujo, no solamente no estaba claro el destino, sino que la venta de vinos
seguía sin levantar. Tuvimos que parar la pelota, analizar la situación y
replantearnos las cosas”.
Y continúa “si bien para mi socio de aquel momento la solución o alternativa
era volcarse a las marcas comerciales, yo no estaba dispuesto a eso; estaba
convencido que lo que faltaba era otra cosa, y una se llamaba comunicación, y
que esa era la primera llave”, me afirma con seguridad.
Aumentó considerablemente la frecuencia de las degustaciones, dándole más protagonismo al vino, pero siempre comunicándolo desde bien abajo, mejor dicho en el mismo nivel donde la gente se sintiera cómoda, jamás desde arriba. Otro punto importante fue ver como acercar al productor más a la gente, si en una presentación no pudiera estar presente el mismo, buscar la forma de tenerlo cerca, así sea con una llamada telefónica, videollamada o audio de Whatsapp.
El proceso de trabajo terminó triunfando pero después de por lo menos cuatro
años. Logró que aquella "chispita" que en un principio prendió en una
decena de personas, poco a poco se fuera multiplicando, porque la gente a la
vez también fue cambiando, involucrándose mucho más, sintiéndose parte y con el
boca en boca acercando a nuevos amigos al Club del Corcho (CdC).
Vuelvo a comparar con
la elaboración de vinos porque los hay muy buenos y de todo tipo pero cuando
encontramos alguno que se destaca, y uno se empieza a interiorizar con el
hacedor, empieza a comprender el porque de las diferencias. En el caso anterior
las personas interpretando al lugar, en el nuestro, el de las vinotecas,
construyéndolo cada uno a su manera. Digo esto porque también existen aquellos
que se quedan sobre la comodidad de un mostrador, una vidriera iluminada, o una
contundente promoción. Es decir que nunca intentaron construir nada, mucho
menos tratar de diferenciarse.
Quería conocer más
sobre el CdC y primero le consulte a Luis Scipioni, un
"corchense" de la primera hora, de esa manera les gusta que los
llamen a los seguidores del Club.
“El Club del
Corcho para Olavarría es una propuesta muy distinta, aquí no hay el movimiento
de otras ciudades más grandes. Uno estaba acostumbrado a las vinotecas más
clásicas, en donde se encontraban marcas comerciales y en donde el dialogo con
el vendedor solía ser bastante acotado. Pero con "el pela", haciendo
referencia a Luciano, apareció una propuesta distinta; con vinos no
convencionales, de proyectos más chicos, y siempre con la posibilidad de
conocer o al menos escuchar a los enólogos o hacedores que están detrás de cada
uno de ellos”
Conocer a esas
personas te contagian pasión, probar nuevos y distintos vinos te cuestiona
constantemente lo que uno toma, te mueve la vara, te corre los limites, el CdC
le ha dado otra dinámica a aquellos que nos gusta mucho el vino y ha cambiado
un poco la forma en que nos entendemos con esta bebida.
Fue Mónica, otra corchense, la que se expreso sobre quizás una cara más social
del Club: “El CdC es un gran hallazgo en mi vida, un lugar donde la paso
genial, al que espero cada semana saber cual será la próxima degustación para
poder anotarme”. Y confiesa que “muchas veces nos corremos carrera para ver
quién se anota primero, porque lógicamente las degustaciones tienen un cupo
limitado”.
Continúa diciendo “somos desconocidos que nos hicimos amigos a través de una
copa de vino, es un lugar de disfrute ante todo, mientras vamos aprendiendo de
a poco sobre vinos, y en donde me hice amigos que no hubiera pensado hacerlos
fuera de ese lugar. Compartimos viajes y momentos únicos, para mi es muy importante
porque el club tiene una energía muy especial”.
De una de esas charlas resaltó lo siguiente "en el CdC se genera una
situación muy copada para compartir y opinar sobre el vino sin ser un
experto", es un buen punto éste, para que nueva gente se vaya sumando sin
temor por poco conocer.
Si hubiera visto yo con
anterioridad el trabajo que realizan emprendedores como Javi o Luciano en sus
respectivos sitios, me hubiera inspirado a que me animara a encarar mi sueño
relacionado al vino pero en Ameghino. Es cierto que aquello ya pasó hace rato
para mi, pero lo más importante hoy es que estas experiencias puedan sumar a
aquellos que necesitan dar ese paso y que no saben exactamente como hacerlo.
"El lugar lo hacen las personas" era el título de la nota, estoy
seguro que la mayoría esperaba leer sobre algo que no fue, pero esto no es
menos importante, precisamente se necesitan de muchos lugares como estos para
vender aquellos "vinos especiales, diferentes o de terroir" con los
que los enganché en el titulo.
Si dejamos, como dicen algunos, que Dios atienda sólo en Buenos Aires es responsabilidad nuestra que pueda atender en
todos lados.
hermosísima nota Fer!
ResponderEliminarEspectacular conocer estas cosas. Desde Mendoza siempre sueño con comunicar el vino por festivales pueblos de Argentina. Salud 🍷
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