miércoles, 23 de junio de 2021

"Un lugar, dos amores"

La primera vez que lo vi a Andrés "el vasco" Biscaisaque, fue en el 2015 en "la cueva"; había venido a traerme un par de vinos para probar, eran sus dos primeras elaboraciones, una de ellas me había gustado mucho; recuerdo que ese vino se llamaba Alfil, la añada era 2014 y en el frente de la etiqueta declaraba algo muy particular "Elaborado en Burzaco, Buenos Aires".

Me quedo muy grabada aquella etiqueta, y del vasco el recuerdo de un tipo de hablar muy pausado, que se declaraba enamorado de la montaña, y que esto del vino le había pintado medio como espontaneo, quizás en ese momento mal pensé que había sido de casualidad.

Él no venía a traerme vino para vender, simplemente quería compartirlo, escuchar mi opinión, tampoco en realidad sé porque se había molestado en venir hasta la cueva; pero qué bueno que eso haya ocurrido, porque me había caído muy bien, sin saber si algún día el mundo del vino nos iba a volver a cruzar.

El tiempo fue pasando, tuvimos algunas pocas oportunidades de juntarnos a charlar, y a partir de la vendimia 2018 retomó con sus elaboraciones año a año; las cuales no solamente fueron creciendo lentamente en volumen, sino también se sumó alguna etiqueta.

Hace pocas semanas, en un viaje relámpago a Buenos Aires, vuelvo a recibirlo en la cueva; llegó con una caja bajo su brazo, mayoritariamente vinos 2020 para probar en primicia, y lo más importante con tiempo para quedarse a charlar.

Sabía que tenía mucho para contarme, hoy con una bodega casi terminada en Barreal; dos etiquetas, Alfil y Los Dragones, circulando lentamente por pocas vinotecas; y algunas próximas ya en botella y con muchas ganas de empezar a mostrarse.

Consultando sobre su historia, me contó que a los veintiún años cursaba la carrera de comercio exterior, y si bien ya tenía un empleo relacionado, ya sabía que no era el ámbito de trabajo que deseaba para el resto de su vida.
Hasta allí su hobby había sido escalar montañas, tomar cursos, viajar; llegó el momento de decidirse en hacerlo con más profesionalismo, en un principio empezando a vender equipos de montaña, más tarde armó un muro de escaladas y empezó a trabajar de lleno en ello.

Descubrir ese mundo, la montaña, la aventura en ese nivel le dio mucha motivación sobre todo para transmitir su experiencia y trabajar como instructor; con intenciones de abrir puertas a más gente, armó un Club en Buenos Aires, y sus viajes a la cordillera cada vez se hacían con más frecuencia.

Hace como 20 años, entre uno de esos tantos viajes que lo llevo por el mundo (Nepal, Bolivia, Chile, Perú, Ushuaia), llegó a Calingasta, San Juan, para escalar la cara sur del Cerro Mercedario. Fue allí, me confiesa, que se enamoró del lugar con el que tuvo una conexión instantánea y mucho más allá del paisaje. 
Con un compañero de expedición vuelven en el 2013 a escalar a Barreal, en donde ya conocían a la familia Bugallo, y con quienes con los años se hicieron cada vez más amigos; ahí ya estaba Francisco "Pancho" Bugallo con el proyecto Cara Sur; y al observar que al vasco y su amigo les copaba mucho el vino, los invita a hacer vendimia en el 2014. 


Terminada ésta lo convence para que se lleve uva en un tanque de plástico a Buenos Aires; imaginen que por motivos obvios el viaje era preferible hacerlo de noche, y aprovecharon el mismo para hacer una maceración en frio con bidones de hielo bien desinfectados que llevaba en su interior. 

Así es como el vasco, con casi nada de experiencia, se encuentra una mañana en Burzaco, elaborando su primer vino; a falta de los recipientes clásicos, se encargó de juntar damajuanas de 25 litros para iniciar aquella vinificación; guiado constantemente por las llamadas de Pancho y la información que podía recoger en internet. Ese vino llevo impreso en su etiqueta "Elaborado en Burzaco", era el que les dije que me había encantado, cargaba una historia especial, claramente imposible de volver a repetir.

A las vendimias siguientes volvió siempre a ayudar a Cara Sur, la pasión por el vino crecía empezando a ponerse a la par de la de la montaña, me resalta que también aprendió mucho junto a Pancho y Seba Zuccardi; Cara Sur es el proyecto de Pancho, Seba y sus respectivas compañeras; reconoce que todos siempre fueron muy generosos con él, compartiendo sus experiencias y conocimientos.

En el 2018, empezó a considerar mucho más fuerte en hacer sus propios vinos, para ese entonces ya había decidido ir a vivir a Barreal, y su casa de Buenos Aires se transformó en un club social, la cual hoy está a cargo de toda aquella gente que él mismo ha formado.

Y en medio de esta charla surge cuánta relación existe entre estos dos mundos que eligió el vasco; ese costado de arte, aventura, dedicación, cuidados estrictos, que requiere el andinismo, por ejemplo al momento de organizar una expedición; comparado con todos los del vino, los cuales son bien familiares para nosotros. Sabemos de la importancia de cada detalle durante un año en la finca, y luego adentro de la bodega. Soy un convencido que esos vinos que conmueven, nada sale al azar, es el resultado de una infinidad de variables, empezando por los lugares, el clima y sobre todo el cuidado y respeto de las personas.



Sumado a todo lo anterior, se denotó ese gusto del vasco por comunicar, cualquiera de las dos actividades; lo disfruta me dice, y para hacerlo mejor con el vino, en medio de todo lo que cuento, además se ocupó de cursar la carrera de sommelier en la EAS de Mendoza.
En un principio su idea original era una bodeguita en un terreno pequeño, pero sus dos hermanos lo incentivaron a hacer algo más grande, compraron una finca de 5 hectáreas "peladas", era pura piedra recuerda, en el centro de Barreal.

Entre los tres y con la ayuda de unos créditos provinciales, hoy están terminando la bodega que tendrá una capacidad aproximada de 70000 litros. De la totalidad del terreno, 3 has serán plantadas, el resto lo ocupa el edificio, y corredores biológicos; el objetivo de estos últimos es salir del típico mono cultivo, para tener un sistema más sano y equilibrado en toda la finca; me aclara, con la biodiversidad de especies, logras suelos más vivos, riqueza natural.
Recién en este 2021 pudo elaborar dentro de la nueva bodega, en el 2018 la había hecho en Cara Sur, en el 2019 en unos huevos de hormigón en su casa, y en el 2020 caso similar, pero en la finca nueva. Lo traslado a cantidades en el 2014 habían sido apenas 400 botellas, en el 2018 600, en el 2019 5000 entre las dos etiquetas, y 2020 12000 entre las etiquetas que les mencionaré sobre el final de la nota.

Entre las novedades 2020 habrá una línea nueva que se llamará Maida, y la formarán un blanco y un tinto, será una línea de entrada, ubicándose por debajo de Alfil.


Todos los nombres que utilice el vasco para sus vinos siempre serán cerros que haya escalado; a Alfil, y Los Dragones, ahora se le suma Maida.

Él me contó la historia de cada una de esas escaladas, los motivos de los nombres, y todo tiene un porque; perdonen si lo paso por alto, pero con los testimonios que tiene, creo que se podría hacer una nota nueva con sus experiencias al respecto.


Maida Tinto 2020 es un corte de un antiguo parral de bonarda y un joven espaldero de malbec, aún se está por definir el compañero blanco. Por allí probamos un torrontés mendocino, despalillado y fermentado con algo de pieles, crianza en huevo con un poco de velo, 3/4 meses en barricas nuevas de 500 litros y sin filtrar, que me encantó. Atención, torrontés mendocino es la variedad, la mayoría de los torro que están en nuestro mercado son riojanos, se caracterizan por ser bien aromáticos estos últimos; el destino de este blanco particular probablemente salga como Dragones.

También probamos el nuevo Alfil 2020, criado en huevo de concreto, bonarda cofermentado con 5% de torrontés, le encontré más nervio e intensidad creo que añadas anteriores, el vasco opina que es un vino que todavía le falta botella y coincido, también es la cosecha que más me gustó al momento.

La novedad es el Alfil Claret 2020, una combinación inversa al del tinto; 95% torrontés, el resto bonarda junto a un "chorrito" de criolla, cofermentado con pieles, 6 meses en huevo de hormigón y 3 en barrica francesas usadas. Una frutita muy fresca, tirando a roja a la par de algo floral; un vino que me dejó pensando, y me gustaría volver a probar.

Otra buena noticia es que en el 2020 Los Dragones será un Syrah, proveniente de una finca que está en el extremo norte del Valle de Calingasta, sobre la cuenca del Río Castaño, un lugar que se llama Puchuzun, zona bien pedregosa a 1650 msnm. El vasco se enamoró de esa uva cuando la vio, por ello decidió elaborarla; cosecha temprana, crianza en huevo de hormigón con un pequeño porcentaje de racimo entero; gran intensidad aromática con ciertos tonos minerales, suavidad, frescura y longitud en el paso por boca. Vinos del extremo norte al sur del Valle, el vasco está decidido a hacer.

Y el sexto vino de la caja, era un Alfil 2018, el vasco trajo una de las últimas botellas que le quedaban en su cava, para comprobar la buena evolución que estaba llevando, igualmente considero que las añadas más recientes contarán con algo más de potencial.

Adivinar que estaba cocinando su madre cuando llegaba a su casa después del colegio, era algo que le apasionaba al vasco de pibe, descubrir qué rico plato lo esperaría a través de aquellos aromas que lo recibían; casi como sin querer desde chico desarrollando su olfato, al que hoy considera su principal herramienta de laburo; afirma que es un autodidacta, que aprendió de la experiencia, y de probar continuamente ante la toma de cada decisión; entre medio de esos recuerdos, no faltó también el de su padre quien además de ser un gran bebedor de vinos, acostumbraba a añejarlos, vivía todo un culto alrededor de ello; seguramente sus decisiones no fueron de casualidad, porque todo mucho tuvo que ver con este nuevo camino que eligió, sin nunca descuidar su primer amor, el de la montaña.

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