Hace algunas semanas recibimos por
segunda vez en Mr. Wines a Roberto de la Mota, enólogo y socio de la familia
Sielecki en Bodega Mendel Wines. Algunos recordarán que su primera visita había
sido allá por octubre del 2014. Aquella jornada fue sumamente especial para mí,
ya que además de que Roberto estuviera visitando en ese momento mi nuevo
espacio, nada menos que para realizar una cata vertical completa de Mendel Unus, luego de ello a ese 1 de octubre
decidí tomarlo como la fecha de inauguración oficial de mi cueva. Ese día sentí
una mezcla de nacimiento y bendición; siempre lo digo: algo que me marcó un
camino que decidí seguir a fondo, y que me gusta contar con orgullo, porque
suelo tenerlo muy presente.
Recuerdo también que ni bien habíamos
terminado aquella primera vertical del blend, uno de los emblemas de la bodega,
ante la “desafiante” pregunta de uno de los asistentes, Roberto se despidió
afirmando que la próxima vertical debería ser de Mendel Semillon; blanco que en
ese momento me gustaba como otros tantos, pero que tampoco lo sentía de la
manera especial que sí lo percibo hoy cuando lo degusto. Esto me indica que mi
cabeza, gusto o paladar cambió bastante en menos de tres años, porque si bien
aquella noche la propuesta de Roberto pintaba más que interesante, debo
confesar que yo poco confiaba en que un blanco pudiera conservarse durante
tanto tiempo igual de bien, como lo había demostrado el Unus en esa oportunidad, y que pudiera regalarme la misma
satisfacción que me entregó ese gran tinto aquella noche.
Desde aquel 1 de octubre corrieron casi
treinta meses; no sé si es mucho, pero sí fue mucho el vino que probé y lo que
creo haber cambiado. Fueron meses que, por mi actividad, se vivieron siempre
intensos; saben de lo que hablo porque junto a muchos de ustedes lo vivo y lo
comparto en el día a día. Así fue creciendo mi ansiedad por finalmente poder
concretar aquella vertical prometida de semillon. Estimo que, además de empezar
a confiar más en una buena evolución, también aprendí como consumidor a
disfrutar de otra manera de los blancos, e inclusive de aquellos con más años
de guarda; a valorar aquellas sutilezas que aporta el tiempo, y, al igual que con
cualquier tinto, también aprender a identificar en qué parte de la curva de su
vida está transitando, para determinar si continuar guardándolo para que crezca
en botella o no.
Es cierto que hoy en día también
ponemos más foco en distinguir los atributos de algunos blancos y la
importancia del lugar de donde proviene la uva; en este caso, un antiguo viñedo
de 67 años en Paraje Altamira (Valle de Uco), plantado a pie franco. En aquella
primera oportunidad, Roberto también se refirió a los cuidados en su
elaboración y al desborre previo a baja temperatura sin protección del oxígeno;
de esa manera se oxidan tempranamente los compuestos más oxidables, para evitar
que lo hagan en el futuro en su guarda en botella. Sólo un 15% del vino está fermentado
en roble francés nuevo Taransaud; este último, además, tuvo seis meses de
contacto con lías, sabiendo todo lo que aporta en complejidad, a la boca y a la
guarda, lógicamente.
Ahora la única incertidumbre que queda es saber cómo fue realmente su evolución. Finalmente el día llegó: Roberto visitó nuevamente la cueva, en primer lugar para cumplir con aquella vertical prometida que se llevó a cabo junto a los miembros de Argentina Wine Bloggers (AWB). Como si ello fuera poco, la jornada no terminó allí, porque hubo una segunda parte en la que los privilegiados fueron algunos clientes y amigos. Para ello Roberto tenía preparada otra vertical, pero de Mendel Cabernet Sauvignon. Ser dueño de casa lógicamente me permitió realizar ambas degustaciones, así que el disfrute fue “al cuadrado”. Con esto quiero expresar que el placer fue mucho más que el doble, porque pude sacar algunas conclusiones extras.
De los semillon probamos las cosechas
2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014, 2015 y 2016; del cabernet probamos 2009,
2010, 2011, 2012, 2013, 2014 y 2015. Para ambos vinos, Roberto aclaró que en
cada una de las etiquetas siempre se mantuvieron la misma elaboración y crianza.
Por ejemplo, la de los cabernet históricamente combinó 1/3 de barricas de
diversos usos, de grano fino y siempre con uva proveniente de su finca de
Perdriel (Luján de Cuyo). Todas esas coincidencias año a año fueron ideales
para comprobar que, si se encontraban algunas diferencias entre cosecha y
cosecha, éstas tendrían que ver principalmente con la marcha climática de cada
añada en el lugar de origen de la uva, y de este modo asegurarse de que no obedecían
a las prácticas llevadas a cabo.
Para ambas catas servimos todos los
vinos al mismo tiempo. La idea era que en copa todos pudieran tener la misma
ventaja frente a la aireación. Además, es ideal para ver el comportamiento de
cada uno en simultáneo.
Arrancamos con el blanco. Todas las
botellas se encontraban en perfecto estado, inclusive el 2009; claro que tanto
en nariz como en boca, a medida que transcurría el tiempo y subía lentamente la
temperatura en el copón, se empezaban a percibir marcadas diferencias. En nariz,
las notas de miel, algo de fruta tropical y, sobre todo, la de frutos secos (avellana
principalmente) en los más añejos, se iban resaltando en diferentes medidas;
todo muy sutil, pero nítido. En boca, en algunas añadas se percibía claramente
su destacada frescura y acidez en el paso. Roberto aclaró que eso tiene que ver
directamente con años que fueron más fríos, en los que la uva maduró más
lentamente. Esos que se mostraron más vivaces fueron los que resultaron más
interesantes al panel de cata, y seguramente sean los que seguirán
manteniéndose mejor en el tiempo. En cambio, en algunos años más cálidos los
aromas me recuerdan más a fruta tropical, pero madura, y cierto dejo a caucho o
goma quemada; esa sensación la recuerdo principalmente en la 2014.
Haciendo memoria, algo similar había
ocurrido en aquella vertical de Unus que habíamos realizado en el 2014: los años
más fríos, de evolución más lenta en el tiempo, se percibían más vivos. A los semillon
2010, 2013 y 2016 los destaco con esa frescura, aunque el 2016 me genera una
incertidumbre extra, ya que fue un año muy especial, según los productores, y
así lo encontré también al degustarlo: un vino que se apoya más en la tensión
en el paso, aportando largo, y con tonos aromáticos que van más hacia los cítricos.
Roberto señaló que en esta añada no se hizo maloláctica, con lo cual esa
sensación eléctrica en boca se acentúa. En lo personal, la suma de todo eso me
encanta y me anuncia mucho futuro. No me gustaría dejar pasar por alto el
momento actual de la 2015; a pesar de que no fue un año tan fresco como los
anteriores, en boca se mostró muy expresivo, equilibrado, y con una paleta aromática
compleja e interesante que combina mucho de lo mencionado, entre la miel, lo
frutal y lo floral.
Un consejo que me gustaría darles a los
consumidores es lo atractivo que resultan este tipo de blancos cuando se beben
algunos grados de temperatura más arriba de lo que se hace habitualmente. Les
aseguro que es otra historia cuando empiezan a abrirse en aromas; además de
funcionar acompañando algún plato, porque suelen ser bien gastronómicos,
también pueden disfrutarse muy bien solos y casi a la temperatura de un tinto
liviano y joven.
Al terminar la cata de blancos, acomodamos
rápidamente el salón para que ingresara el segundo grupo y comenzar con la vertical
de Mendel Cabernet Sauvignon. Ni bien
servidas las siete cosechas, lo llamativo fue no registrar de entrada las
diferencias que sí habíamos encontrado con los blancos. Tuve que repasar más de
una vez cada uno para tratar de encontrar mi preferido y sacar algunas
conclusiones. Se me ocurre que, al menos en esta instancia, la variedad dejaba
transparentar mucho menos las diferencias entre una añada y otra; posiblemente,
los años en botella colaboran para que algunas se puedan despegar y distinguir
en calidad.
Entre mis elegidos estuvieron el 2013 y
2015, o bien fueron lo que me dijeron más en la primera impresión. Francamente
no pude tomar mucho más registro; imagínense: dos verticales en mi casa, sólo
en un par de horas, tratando de no dejar pasar por alto cada comentario de
Roberto, mientras lógicamente colaboraba con el servicio.
Pienso en la cata de Unus, blend que, a pesar de tener cabernet sauvignon en su composición, igualmente supo reflejar de manera franca y clara cada año. Quizá sea responsable de ello el malbec, que ocupa el mayor porcentaje de ese corte; mientras que el cabernet, no menos importante, aporta estructura y boca, y por ello resulta fundamental; en síntesis, es igual de efectivo en su función, pero mucho más en silencio.
Feliz, al igual que todos los
asistentes, esta intensa y única jornada fue coronada con un petit verdot (PV)
que Roberto utiliza en muy bajo porcentaje en el corte de Unus, del cual tiene vinificado como varietal sólo una barrica, y
que lógicamente, al ser tan poca cantidad, nunca sacó a la venta. Esta variedad
poco a poco me viene enamorando cada día más, y a éste me animo a ubicarlo
entre los PV que más me gustaron en mi vida. Tiene una particularidad muy
especial, que seguramente colabore para diferenciarlo del resto de los vinos
que hay en el mercado con esta cepa: proviene de un clon que Roberto había traído
de Chateau Margaux (Burdeos, Francia) allá por la década del 80, cuando poco y
nada se sabía de esta cepa por nuestros pagos. Seguramente todos los clones que
se importaron posteriormente no tienen nada que ver con éste. El vino proviene
de un viñedo actualmente de 17 años, ubicado en Mayor Drummond (Luján de Cuyo)
frente a la bodega; posee una crianza en barrica de doce meses, similar a la
que se le hace al Mendel Cabernet
Sauvignon.
Fue un lujo que Roberto haya traído
para compartir semejante joya que sólo entrega 300 botellas al año, y que las
conserva guardadas en su cava para compartir con sus amigos en momentos
especiales. Desde ahora me hace empezar a soñar que la próxima vertical en la
cueva la tenga como protagonista, para que el placer y el aprendizaje se sigan
potenciando “al cubo”.
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