domingo, 22 de diciembre de 2013

“Mi visita a la degustación anual 2013 en el Valle de Cafayate”

En noviembre pasado el Consejo de Profesionales Vitivinícolas del NOA (Co.Pro.Vi) organizó una degustación con los vinos más representativos de la cosecha 2013 de los Valles Calchaquíes. El evento se realizó en la recién inaugurada, e imponente por su arquitectura, Bodega Piatelli de Cafayate. Si bien se trata de la séptima edición del evento, dedicada a los profesionales del sector (enólogos, agrónomos, bodegueros, periodistas), es la segunda abierta al público en general.


La degustación estuvo dirigida por los propios organizadores y fue bien descontracturada. 


Los asistentes, aproximadamente ciento ochenta personas, degustaban las muestras, puntuaban en una planilla y, en varios casos, se animaron a comentar públicamente sus impresiones; mientras desde el frente los profesionales aportaban data: un ida y vuelta bastante entretenido.



La selección de las muestras estuvo a cargo de los propios enólogos. La idea original no era mostrar una bodega en sí, ni los mejores vinos del año, sino, sobre diversos varietales, lo más representativo que ofreció el Valle durante el 2013. En total, nueve vinos presentados de la siguiente manera: Malbec para beber joven, Malbec para crianza en roble, Bonarda, Tannat, Cabernet Sauvignon, Chardonnay, Torrontés, Sauvignon Blanc, Tardío.



Partamos de la siguiente base: muchos pueden pensar que ciertos colegas, por su actividad, serían competidores; por el contrario, todos se unieron para generar un evento y levantar la bandera de una región, dejando la camiseta de su equipo guardada en su casa. Creo que eso ya dice casi todo; el concepto se termina de redondear en mi mente cuando me entero de que algunas de las muestras fueron armadas especialmente para la cata, es decir, mezclando varietales de hasta de tres bodegas diferentes, porque consideraban que la combinación sería positiva para la expresión de la cepa. ¿Dónde podría representarse mejor la unión?

Me encantan las iniciativas como esta. Cuando muchos tiran para el mismo lado los resultados no pueden fallar. Al regresar de este viaje, volví con unas cuantas conclusiones que me gustaría compartir con ustedes. Me apoyo también en las bodegas que aproveché para visitar ese “finde”, y en otro viaje que hice en febrero pasado junto a mi familia.

Con respecto a los vinos de la degustación, todos 2013, algunos habían sido “blendeados” unos pocos días antes; así y todo, las muestras resultaron muy expresivas, amenas y disfrutables. Enfocándome sobre cada uno de los varietales en sí, confirmo nuevamente el potencial del tannat en el valle. Aunque no me gusta ser terminante, no creo que logre esa expresión en otra zona. Por otro lado, descubro que dos cepas como el sauvignon blanc y el bonarda empiezan a encontrar su camino. Ambos exponentes resultaron muy equilibrados y con tipicidad varietal bien definida. También me entusiasmó mucho ver cómo el cabernet y el torrontés siguen ganando en elegancia sin resignar identidad. Este cambio lo percibo gradual y, en el caso del cabernet, creo que todavía está lejos de su techo. 
Algo más personal: mientras que el 90% de los chardonnay de nuestra geografía tienden a aburrirme, porque caen en perfiles comunes y lejos de conmoverme, en Cafayate encontré uno con un carácter único, que seguramente tendrá mucho que ver con su lugar de origen y con “la mano” que se ocupó de plasmar claramente esa combinación de variables que llamamos “terroir”. Por todo eso, me ha impactado ese “chardo”; si me lo pusieran a ciegas, podía identificarlo sin dudar. 
Por su parte, los malbec estaban más que bien para cada una de las alternativas. Conociendo la cantidad y variedad que nos ofrece nuestro país, están acordes, porque son jugosos, concentrados, pero tampoco tengo puntos especiales para destacar. Con respecto al tardío del final, lo encontré entre la media a nivel país. Creo que con este estilo de vinos aún nos falta mucho por aprender, tanto para elaborarlos como para disfrutarlos.

Me remonto a hace quince años atrás, cuando empecé a probar vinos. Siempre me fue relativamente fácil identificar los vinos salteños entre el resto de los de nuestro país; de hecho, podía no diferenciar a los de la Patagonia o Mendoza, pero con los del Norte era habitual que, con la primera aproximación a la nariz, “el tipo ya te tirara una data, y le sacabas la ficha”. Ese inconfundible pimiento típico que se movía en un espectro desde aromas que podían recordar a uno bien verde recién cosechado, hasta el rojo, maduro y asado; esos aromas que después se potenciaban con mucha fuerza en boca eran su sello indeleble y bien característico. Pero, claro, todo esto era tan saliente que de alguna forma unificaba a todos los vinos de esa región, o al menos a una buena parte de ellos. Si bien en alguna época como consumidor lo disfrutaba, hoy a la distancia lo veo así, y estoy lejos de buscar o pretender encontrar lo mismo cuando los descorcho. Creo que algo similar ocurrió a nivel país con tantos años de abuso de sobremaduración, estrés, sobreextracción, madera, etc., intervenciones que de alguna manera tampoco colaboraron a la expresión de una región, ni a la del varietal en algunos casos. 

Hoy por suerte las cosas de a poco van tomando otro color, y el valle no es ajeno a ello. A raíz de mis visitas en este último año, puedo decir que sus vinos empiezan a mostrarse cada vez más definidos en sus aromas. No hablo de potencia sino de una mayor nitidez. En boca están más listos para beber, porque ya no hay que esperarlos tanto tiempo para que sus taninos estén bien redondeados. Así me lo demostraron las nuevas añadas de los tope de gama de El Porvenir, El Esteco o el Arnaldo B. Con respecto al sello NOA del que hablaba, parece estar más domesticado y respetuoso, ya que deja traslucir otros matices y ahora se comporta casi como un “sello de agua” que permite identificar claramente un varietal, y me animo a decir hasta la identidad de un viñedo. 

Imagino que llegar hasta aquí fue un trabajo, que coincide un poco con una nueva y joven camada de enólogos que dejaron de lado las recetas y tienen una estrecha relación con el viñedo, porque saben que, si logran entender el potencial o “las mañas” de cada finca, sólo les queda aportar su sensibilidad al proceso; el resto lo hacen las levaduras, la barrica en algunos casos y la botella, que por lo visto ya no es tan crucial como en años anteriores. Esto tampoco se debe interpretar como que no tienen potencial para la guarda; al contrario, apuntalándose sobre la concentración y un perfil más fresco, la vida de estos vinos de alta gama dibuja una curva apenas pronunciada, en la que su mejor momento comienza relativamente pronto, y cuya gran virtud será sostenerse en el tiempo. Desde otro punto de vista puedo decir que el consumidor tendrá una brecha mucho más amplia para disfrutarlos plenamente; mientras que antes los graficaría con una curva más pronunciada, que tendría la forma de una parábola, donde para llegar a la cima hay que transitar o esperar más tiempo, a riesgo de que esa etapa de meseta pueda o no resultar prolongada.

Hablé de esta camada de jóvenes enólogos. Dejo de lado la degustación y me meto un poquito dentro de sus bodegas. La charla me ayuda a entenderlos, y cuando pruebo los vinos encuentro una coincidencia entre el producto y sus hacedores. Suena raro, pero es un poco así. 

Recuerdo haber llegado a Bodega Etchart en plena cosecha. Mientras “Nachito” López nos armaba una cata con muestras de componentes (verdaderas “bombas” para la alta gama), no podía descuidar su radio con instrucciones para su equipo. Claro, se trataba de semanas decisivas: en sus manos estaban doce millones de botellas que debían abastecer a todo el país, y no hablo sólo de volumen, porque la bodega tiene vinos en todos los segmentos de precios, y desde el primero hasta el último mantienen una calidad acorde, que en algunos casos alcanza un grado destacable. Las pruebas están en el crecimiento en ventas de los segmentos medios; inmensos tanques y una nueva sala de barricas se están construyendo a mi vista, mientras degusto entre muchas cosas un ancellota impactante, del cual desconozco su destino.



El Esteco es otra que no se queda atrás con el volumen. Allí “Ale” Pepa tampoco le quita el foco a la alta gama; al contrario, cada vez se lo pone más. Por el momento su tope de gama es Altimus, pero el que le sigue, los Serie Finca Notables (con su cabernet), se encuentra entre mis preferidos. Las palabras claves, en mi opinión, son “elegancia” e “identidad”. Recientemente en la línea también salió un tannat que no probé y del cual me hablaron maravillas. En exclusiva Pepa anticipó un nuevo icono, por encima del Altimus, que está naciendo en una finca ubicada en un lugar muy especial y a mayor altura.


Amalaya es otra bodega que siempre seguí de cerca, y en los últimos años sus cambios fueron favorables porque desarrollaron vinos pensando en una porción de mercado más amplia. Nos podrían gustar mucho, pero aquellos Amalaya 06/07, que en esa época parecían casi de culto, estaban lejos de ser disfrutables para todo el mundo; con el tiempo se supieron adaptar a un estilo más bebible y más gastronómico. De a poco, en estos años Amalaya está consolidando su rumbo; por ejemplo, otro de los grandes aciertos del equipo Paco Puga/Javier Grané es el Amalaya Blanco, corte de “torro” con riesling, que va por el tercer año, manteniendo la frescura y buena relación precio calidad desde su primera cosecha. Hace poco, en la bodega probamos en anticipo un nuevo Amalaya que se ubicará por encima del Gran Corte: el aún “sin nombre” se mantiene acorde al estilo y la calidad de la línea. También probamos muestras de tanques y de barricas de cabernet franc 2013: el “sin madera” está hermoso; una pena que no podamos disfrutarlo como varietal, ya que serán futuros componentes de los cortes.

Mariano y Paco, en el alboratorio de Bodega Amalaya

No puedo dejar de mencionarlo: en un almuerzo (no recuerdo en cuál) tomé el Syrah Reserve 2011 nuevo de Nanni. Fruta en una maduración justa, especiados, fresco; me encantó. Me gusta encontrar así a esta cepa que durante mucho tiempo se la asoció a la insolación de San Juan y a la sobremaduración, perdiendo de esa manera sus mejores encantos. No es el caso del de la familia Nanni. Lo recomiendo efusivamente.



Estos dos viajes los compartí con “Marianito” Quiroga Adamo, enólogo de Bodega El Porvenir de Cafayate. Creo que si Mariano hubiera sido jugador profesional de fútbol, sería de esos jovencitos inquietos, a los que les gusta divertirse tirando gambetas, que no se achicaría y que si tuviera que debutar en un superclásico ante cincuenta mil personas lo disfrutaría como nadie. Lo llevo a este plano para tratar de mostrar algo de una persona que conocí un poco más, y cuyas actitudes logro identificar claramente en sus vinos; sobre todo cuando pruebo y comparo los de la antigua enología de El Porvenir (Luis Azmed/Isabel Mijares) con la actual de los últimos tres años (Quiroga Adamo/Paul Hobbs), ese cambio está bien explícito: la abismal diferencia entre el estilo de El Porvenir 2006 y 2011, y además pude confirmar en exclusiva que el 2012 continúa por la misma senda y cada vez más atractivo, fresco, especiado y hasta con tonos minerales. 



Para ampliar sobre cosas que degusté en la bodega, confirmo el Laborum Tannat 2011, que me encanta, y que el cabernet sauvignon aún en barrica me transmitió más que el actual Laborum hoy en el mercado. Algo interesante que ya tiene destino (y que no es precisamente el local) fue un bonarda, criado en diversas barricas: el “blendeado” entre éstas era sobresaliente, la madera presente y sumamente bien ensamblada; algo que quizás parece fácil, pero mi experiencia como degustador indica que no es tan así. Los blancos en El Porvenir también se destacan: son frescos y tienden a ser elegantes. 

Creo que uno de los vinos que más me gustó en el viaje fue el Chardonnay 2013 proveniente de la Finca Alto Los Cuises (futuro Laborum): tiene lo que me gusta encontrar en los blancos y lo que muchas veces carecen sobre todo los chardonnay. Amor a primera vista, potenciado cuando a la mañana siguiente fui a conocer la finca de apenas dos hectáreas, a 1.880 msnm ubicada entre el cerro, muy cercana a otra finca de la bodega llamada Alto Los Cardones (1.750 msnm), plantada apenas hace tres años, sobre terrazas originales hechas por los indios, con un marco de vegetación único. Cuando llegamos, el silencio del lugar me trajo a la mente ese “chardo tenso y vibrante” que había disfrutado la noche anterior. En Alto Los Cuises también hay algo de Petit Verdot (0,4 has) recién plantado. A esa pequeña finca también la “mima” Santiago Bugallo, agrónomo de la bodega; me faltaba conocer a Santiago para terminar de interpretar ese vino y todo me cierra; todo tiene un porqué y está relacionado: personas, lugar, identidad, pasión, trabajo, historias. 


Pensar que durante tantos años me detuve en tantas “pequeñeces”: recuerdo encontrarme frente a un vino en búsqueda de cosas que actualmente me parecen intrascendentes, y recién ahora estoy empezando a entender un poquito, a reconocer lo verdadero, a valorar lo genuino, a interpretar, a sentir primero con el corazón que con la nariz. Qué afortunado lograr percibirlo, y sobre todo que la vida me regale estar ahí cerca para hacerlo. Pero ¿saben qué es lo más lindo de todo? Que gracias a estos chicos, como a los que están en Mendoza, o en tantos otros lugares de nuestro país haciendo vino con un entusiasmo contagioso, Argentina comienza a escribir un nuevo capítulo en su joven historia vitivinícola, y seguramente será por lejos el más apasionante, desafiante y entretenido de todos.

Nachito López, Santiago Bugallo y Marianito

1 comentario:

  1. Compartimos que es muy buena esta iniciativa Musu ! Me anoto el Laborum Tannat 2011.. jeje!
    Salute

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