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jueves, 8 de febrero de 2018

"La búsqueda por el sello propio"


Una de las partes de mi trabajo que más disfruto es cuando puedo seguir bien de cerca cada uno de los proyectos que recomiendo y comercializo. Verlos nacer, ser testigo de cómo crecen a medida que pasan los años, cómo se van poniendo sólidos y empiezan a ser más reconocidos entre los consumidores, y así van definiendo un camino. Sobre todo, disfruto de confirmar cómo lo que uno charla con cada productor se condice con las sensaciones al momento de degustar sus vinos; una relación que suele ser directa y que percibo cada vez con más frecuencia.

Cada día son más los productores que, más allá de desarrollar un proyecto que lógicamente pretenderá ser sustentable desde lo económico, ante todo privilegian la búsqueda del vino que sueñan, en vez de quizás optar por la comodidad de lo que podría ser un estilo puramente comercial. Así los llamo a aquellos vinos con un gusto más estándar, esos que cuando los pruebo me dejan la impresión de una película que ya vi y sé cómo va a terminar.


Hace algunos meses tuve la posibilidad de encontrarme con dos de esos pequeños productores que sigo con mucho placer. Quizás, observándolos de lejos, por sus orígenes o estilos, parecieran tener pocas cosas en común, pero esta actividad de constantes degustaciones y, sobre todo, de largas charlas me permite percibir todo lo contrario.

Tanto a Ale Martorell de Altupalka como a Mariana Onofri de Onofri Wines los conocí hace algo más de dos años, en sus comienzos y con apenas un par de etiquetas en sus respectivos porfolios. Cada uno por su lado, con un solo día de diferencia, eligieron la “cueva” para compartir respectivamente su primera vertical de tres añadas. Si bien este tipo de prácticas sirven para mostrarme el fiel reflejo del trabajo del hacedor y de lo que pudo haber influenciado el clima en cada año, también me deja una idea de lo que vendrá o hacia dónde va cada proyecto. Algo que siempre encuentro –y acostumbro a repetir– es que con los productores que trabajan y se ocupan por mejorar, todo lo nuevo siempre tiende a superar a lo anterior. Esto es lo que siento con Ale y con Mariana.

Recuerdo que en octubre del 2014 probé el Altupalka Malbec/Malbec 2013 en la plaza de Cafayate, acompañando unas empanadas en uno de esos tours enófilos que me llevó a los Valles Calchaquíes. Eso me motivó, ni bien regresé a Buenos Aires, a armar una reunión con Martorell, para conocer su historia. Así supe que optó por la altura de Molinos como el lugar de donde proviene parte de la fruta que utiliza para sus vinos y que para el asesoramiento en su proyecto eligió nada menos que a Roberto de la Mota. También conocí el entusiasmo que se le transluce cuando le toca hablar de su región. Por todos estos motivos, desde aquel momento siempre me interesó seguir de cerca sus lanzamientos. 
El viernes 8 de diciembre de 2017 volví a tener el placer de recibirlo en la cueva, esta vez con la idea de probar todos los vinos que llegaron al mercado hasta el momento, junto a algunos que están por llegar, y así fue que degustamos las siguientes etiquetas.

De la línea Altupalka Sauvignon Blanc (SB), 2014, 2015 y 2016 (recién salido al mercado):
Los SB de esta región de altura suelen destacarse por ser exuberantes, herbales, con ciertas notas más vegetales que recuerdan a espárragos, arvejas, que los hacen muy especiales y que claramente los diferencian de cualquier otro SB de altura de nuestro país. Como dice un periodista amigo, poseen un encanto que los hacen únicos entre los SB del mundo. Esas notas las encontré algo exacerbadas en el 2014; mientras que en la 2015, si bien estaban presentes, compartían más la paleta junto a algunas notas melosas, quizás de evolución, y frutales, que lo balanceaban. El 2016 lo encontré como el más equilibrado; tales aromas se percibían un poco más moderados: un vino más sutil y claramente más fresco. En lo personal, fue el que más me entusiasmó y creo que tendrá una buena vida en botella durante los próximos años.


De la línea Altupalka Malbec-Malbec, 2013, 2014 y 2015:
Esta línea combina malbec de dos zonas que por sus diversos atributos y características se complementan de manera excelente: Cafayate y Molinos. Quizás por ello no necesitó crianza en madera para entregarnos potencia, carácter y taninos. Lo más importante para mí es que posee una atractiva buena frescura. Aunque encontré un 2013 con cierta evolución, me resultaron mucho más interesantes los momentos que están atravesando las añadas más nuevas.


De la línea Altupalka Extremo, 2011, 2013, 2014 y 2015 (aún no está a la venta):
A diferencia de la anterior, esta línea sí posee unos 14 meses de crianza en barrica de roble, combinando diferente cantidad de usos. La percibo mejor cuando carga con algunos años en botella. Hoy es la 2013 la que está pasando un gran momento. La 2015, que saldrá aproximadamente en un año, creo que tiene un potencial y un equilibrio que prometen mucho; me arriesgo a anticipar que superará a las anteriores: a estar atentos.

Aún no habían pasado 24 horas de la visita de Ale, cuando el sábado 9, bien tempranito, recibí a Mariana Onofri, a quien cuando la conocí en el 2014 me había presentado solamente dos etiquetas: un dúo especial que lo componían un Pedro Ximénez (PX) de Lavalle (Zona Norte de Mendoza) y un blend blanco de alta gama, que combina fruta de Agrelo y Valle de Uco. Recuerdo que en aquel momento los cortes blancos con potencial de guarda todavía no estaban tan en auge como en el último año y medio. Era atípico debutar con una dupla de estas características, o al menos parecía muy difícil en términos comerciales. Sin embargo, en lo personal, ese comienzo me hablaba de un proyecto más que prometedor: me anticipaba el desafío de una productora que elige no caer en la comodidad que les comentaba al principio. No pasó mucho tiempo para que se le sumaran dos tintos criados en barrica: un cabernet franc y una garnacha. 


En esta nueva ocasión, Mariana aprovechó para volver a visitar la “cueva” y ahora sí mostrar sus tres primeras añadas del PX y un nuevo bonarda, también proveniente de Lavalle, que se suma a la línea Alma Gemela. Los vinos de la degustación con Mariana fueron los Alma Gemela Pedro Ximénez, 2015, 2016 y 2017.

Sensación de pureza, frescura y –por qué no– “seductora simpleza” en su expresión. Creo que el 2016 está transitando su mejor momento. El 2015 aún posee un poco más de peso y ganó complejidad en boca, algo llamativo porque no era un vino pensado para la guarda. Mariana me recordó que sólo en esa añada tuvo un pequeño aporte de crianza en barrica y evidentemente hoy le está dando una linda complejidad. El 2017 es exquisito, con esa tensión en boca que me hace acordar más a vinos de zonas frías, y no de un desierto de constantes altas temperaturas como es Lavalle. Vale aclarar que se trata de una zona siempre asociada a vinos de volumen, al igual que el Este mendocino. Mariana contó con detalle los minuciosos trabajos en el viñedo para conservar la acidez natural en la uva. 


Una sensación similar me dejó el nuevo Alma Gemela Bonarda 2017, bien seco y fresco, de taninos firmes, aún un tanto rústicos, que se redondearán en poco tiempo. A pesar de ello, hoy también me entusiasma: es el típico tinto gastronómico que no busca protagonismo, pero que puede adaptarse a diversos tipos de platos, especialmente de esos que nos acompañan diariamente. Este bonarda nació para acompañar al PX, y creo que nunca mejor elegido ese compañero, porque son dos de las cepas más plantadas en nuestro país, que lejos están de destacarse como variedades ideales para alta gama. Sin embargo, Mariana sabe sacar lo mejor de cada uno de esos jugadores, así como cuando un DT elige el puesto ideal donde el jugador se siente más cómodo, para lograr el mejor rendimiento de cada uno.

Para sus tintos de mayor gama, eligió acertadamente fruta de una zona de mayor altura, como es Los Chacayes (Valle de Uco). Allí nacen el Alma Gemela Garnacha 2016, que se destaca por poseer mayor estructura que las que actualmente hay en el mercado, y el Alma Gemela Cabernet Franc 2014, el cual conserva una vivacidad que lo hace parecer más joven. Eso me habla de la buena evolución que va a seguir teniendo ese vino, que además percibo bien seco. Para cerrar, probamos el Zenith Nadir 2015, un blanco que posiblemente se ubique entre mis diez preferidos. Cuenta entre sus componentes con un 35% de fiano, que creo que aporta un papel importante en la evolución en botella, sumando algo graso y buen desarrollo en el paso por boca.

Mariana busca en el desierto del norte mendocino y trabaja artesanalmente junto a Adán, viticultor y “su alma gemela”, como suele presentarlo ella. Ambos cuidan de manera especial planta por planta, para protegerla del sol y así conservar la mayor acidez natural posible. Mientras, tratan de revalorizar el patrimonio acumulado por los años de esos antiguos parrales de la zona de Lavalle.


Ale desafía la altura extrema de Molinos, lugar que ya conocemos por el carácter único que imprime la región, donde se cosecha “cuando la naturaleza lo permite”, ya que es precisamente durante los meses de verano cuando el agua de deshielo baja de la montaña y resulta un obstáculo en un momento clave como es la vendimia. Hace cuatro años decidía debutar con un desafiante SB, a pesar de que también tenía plantado torrontés, pero desde su nacimiento –por lo visto– ya aspiraba a diferenciarse.

Ambos siempre están buscando y evitando la zona de confort. Precisamente es eso lo que los distinguirá de sus pares cuando probemos sus vinos y encontremos aquello que los hace especiales. Algunos suelen decir que las personas pasan y los lugares quedan, pero ¿qué pasaría si no existieran estos emprendedores de empuje, de constantes desafíos? En definitiva, ellos son los que se esfuerzan para lograr lo mejor, o al menos lo que interpretan que será lo mejor. Me pregunto cuántos, en el mismo lugar, abandonarían ante el primer tropiezo, o se les agotaría la paciencia esperando aquel vino que tampoco nadie les asegura que algún día llegará.

También me pregunto qué sería de mí, consumidor, comunicador, vendedor y entusiasta del vino, si no pudiera compartir la cantidad de horas, experiencias y copas que me regalan cada uno de estos productores. Seguramente mi trabajo sería aburrido, o tal vez tampoco hubiera llegado a elegirlo como tal, si me faltara esa “pata” que al menos para mí resulta crucial. Ni hablar de cuánto menos tendría para contarle a quien viene a mi “cueva”, que precisamente prefirió el “mano a mano” para conocer la otra parte de ese vino que tan especialmente eligió para beber.

La diferencia está en poder interpretar hasta que mis propios umbrales me lo permitan, o poder encontrar además aquello que logra conectar a otros sentidos, a un momento, al corazón. Los umbrales se pueden mejorar con la experiencia de probar y probar, pero para la conexión se necesita que siempre haya historias de personas involucradas.

Mientras tanto, me voy volviendo cada vez más fundamentalista de conocer a las personas y sus lugares. Estos últimos, por suerte, en nuestro país cada vez son más, y afortunadamente van entregando características de las más variadas. Por su parte, celebro a las personas que buscan, las del trabajo de hormiga, las de los resultados a largo plazo, las que piensan que la mejor cosecha es la que está por venir. Brindo por ellos, que trabajan para dejar una huella, por moldear un sello propio, para distinguirse. Hoy me tocó contarles sobre Mariana y Ale; por suerte estoy tranquilo, porque el grupo que más me gusta y elegí cada vez está más grande.































lunes, 25 de abril de 2016

Cara Sur, la belleza del lugar y las personas



Desde que conocí hace tres años los vinos Cara Sur, la historia de sus hacedores y el lugar de donde provenían sus uvas (Barreal) —hasta ese momento desconocido para mí—, enseguida comencé a tener referencias de su belleza. Por eso, en la primera oportunidad que tuve no dudé en acercarme a esa localidad ubicada más precisamente dentro del Departamento de Calingasta, Provincia de San Juan. Cara Sur es un proyecto pequeño: en la actualidad cuenta con apenas tres etiquetas. En el 2016 promete varias más y alcanzar una producción total de 7.000 botellas.
Coordiné con anticipación una visita a Francisco “Pancho” Bugallo, uno de los cuatro pilares del proyecto y seguramente la cara más visible. El encuentro fue en su casa, ubicada a pocas cuadras del centro de la pequeña localidad. Ni bien llegué tuve esa sensación de que Pancho tenía mucho para contarme. Con una fuerza tranquila similar a la de sus vinos, le dio prioridad a la charla describiéndome las características del lugar y presentando al Valle casi como si fuera el principal protagonista del proyecto: “El Valle es angosto y bien longitudinal, entre punta y punta hay 85 km, y sobre su costado siempre está la cordillera; 1.750 msnm es el punto más alto, y 1.350 msnm es el más bajo; en el centro se unen un río que viene del Norte y otro del Sur, y que juntos y hacia el Este conforman el Río San Juan”.
Barreal es una localidad de apenas 4.500 habitantes. Además de esos ríos que la atraviesan, posee un fondo de montañas único. Si bien el motivo de mi viaje fue “puramente vitivinícola”, con ese marco tranquilamente podría haber sido turístico (quedará pendiente para la próxima).
La “bodeguita” se encuentra en el mismo terreno de su vivienda, la cual comparte con su esposa Nuria, quien también participa del proyecto. A pesar de no contar con una gran superficie, no falta un pequeño viñedo con franc, malbec y cabernet. Desde ese punto admiré el cordón montañoso como si lo tuviera al lado. Pancho me comentó que detrás se encuentra el principal, precisamente donde se ubica el Aconcagua. A la par de Pancho, el lugar también me hablaba.

Uno de los primeros espacios que recorrí fue una pequeña habitación sobre un costado de la casa, lugar donde hizo su primera vinificación en el año 2011 junto a su hermano Santiago; quien al poco tiempo comenzó a desempeñarse como agrónomo en Bodega El Porvenir de Cafayate. Desde ese entonces Sebastián Zuccardi y su esposa Marcela se sumaron al proyecto Cara Sur. De hecho, fue de la mano de Sebastián que en el año 2013 probé la primera botella de Cara Sur Bonarda 2013, en ese momento el único vino de la bodega.
Con los años, a medida que la producción fue creciendo, Pancho fue ampliando su pequeña bodega con otras habitaciones ubicadas de manera independiente sobre el mismo lote donde se encuentra su vivienda. Mientras que en la primera había microvinificaciones en bins plásticos, vinos conservándose en damajuanas (20, 25 y 50 litros) y algunas barricas de varios usos; en la segunda que visitamos había cuatro huevos de concreto, tres de 1.800 litros y uno de 1.000 litros. Estos son los principales responsables de contener el bonarda y la criolla, variedades de las cuales vinifica mayor volumen.


Pacho me contó: “Quiero conservar todo en huevos. Éste influye menos sobre el vino. El vinificar en huevo te hace pensar el vino desde la cosecha; a diferencia de la barrica, por ejemplo, que si tenés diez, podés tener diez vinos diferentes y de pronto la posibilidad de armar cortes”. Claramente ésta es su idea para que el vino sea más representativo del lugar: prefiere la elección de un solo momento de cosecha, un solo vino: “este año trataré de utilizar los huevos dos veces, y así duplicar el volumen de producción; por ejemplo, la bonarda 2015 fue un huevo, era todo lo que había, no hubo corte”.
Pero este año, también para la vinificación en huevo, hay un nuevo miembro en la familia Cara Sur: Invernal. Hicieron una primera prueba en el 2015, apenas 150 botellas hoy embotelladas en magnum. Aún no saben cuándo saldrá a la venta. Haber probado en primicia el Invernal 2015 en origen junto a su hacedor me llevó a comprender mejor la búsqueda de estos muchachos. De la misma cosecha de bonarda con la que habían elaborado el Cara Sur 2015, ahora hicieron este nuevo vino, pero con una importante “vuelta de rosca”. El nombre que le eligieron me indica que la historia como alpinistas de los hermanos Bugallo siempre jugará un papel importante en el proyecto. Si bien el recipiente en ambos vinos son los huevos de concreto, en el Invernal el trabajo de racimo entero y sin pisar me entrega un bonarda con más boca, con un carácter particular, más tenso y vertical. Sospecho que el tiempo lo seguirá redondeando, porque tiene atributos para ello. Vale recordar que en el primer Cara Sur, el original que ya no luce más en su etiqueta la palabra “bonarda”, solo el 40% del volumen era racimo entero al momento de la vinificación.
Pancho me confesó que Invernal es el camino que busca para Cara Sur. Habló de “camino” como si aún estuviera lejos de lograr su vino ideal: “quizás nuestro mejor vino sea cuando encontremos ese lugar en el valle, y que estemos convencidos de su potencial”. Después hizo hincapié en el lugar y remarcó la importancia de conocerlo a fondo: “hay que tener un vínculo muy cercano con la finca, no digo que tengas que ser agrónomo; es fundamental el trabajo del viticultor, trabajar la tierra, viendo la uva, interactuando con la tierra de una manera bien cercana”. Además reconoció que el valor agregado está ahí: “es un condimento vitivinícola extra, no podés hacer vino si no trabajas la uva. Somos viticultores, no somos enólogos. La idea en Cara Sur es hacer más vino con viticultura que con enología. Me vuelvo loco buscando el punto de cosecha. El tema es ‘pegarle’ a la uva, y luego ‘simplemente’ acompañar el proceso de fermentación y crianza”. Por si el concepto no queda claro: “el mejor vino que hagamos será más simple enológicamente, y con una complejidad aportada puramente por la uva que encontremos”.
A nuestra charla le llegó el turno a la criolla, segunda etiqueta que salió a la cancha de Cara Sur. Un verdadero redescubrimiento. No recuerdo otra igual entre miles de etiquetas finas que inundan el mercado. La cosechó de una finca de 20 has, pero este año descubrió un nuevo parral cercano y pudo vinificar 10.000 kg más. Si bien los diferentes sectores suelen tener distintos puntos de maduración, en este 2016 tendió a ser bastante pareja. Pacho me contó que “La criolla naturalmente tiende a tener la acidez volátil más alta que las variedades finas que normalmente vinificamos; si la dejás madurar, lo hace sin deshidratarse con un alcohol potencial de 18°, pero nuestra búsqueda es cosecharla en otro punto que no tiene nada que ver: debemos cosechar más temprano y elaborar en un medio cerrado para proteger lo más posible de la volátil; pero a su vez tiene otros beneficios al momento de la elaboración, porque el hollejo y la semilla suelen separarse fácilmente del liquido, es cómoda para trabajar. Seguramente a nuestros abuelos les facilitaba en el momento de la elaboración artesanal. Además rinde bastante más que las variedades finas en fermentación: por ejemplo, de 800 kg de criolla, puedo llegar a sacar 600 l de vino; mientras que de otras variedades obtengo 500 l”.


Mientras me contaba todo esto, Pancho agregó que todo lo descubrió con la experiencia del trabajo año a año. “En este 2016 la criolla tendrá aproximadamente 13°, casi un grado menos que en la cosecha anterior. Tendremos un vino más fresco que el pasado; esto tiene que ver con el clima, que fue bien fresco al final de la maduración, lo cual colabora con una maduración más lenta”.

No pude evitar consultar si en la región sufrieron las mismas cantidades de lluvias que azotaron recientemente a buena parte de Mendoza. Y él me contestó: “A pesar de estar relativamente cerca, Barreal es bastante diferente a San Juan y Mendoza; aquí no hubo lluvias”.
Cuando le confesé mi sorpresa acerca de que recién ahora empecemos a tener conocimiento de un lugar de altura en el que desde hace muchos años se cultiva uva, él me dijo, casi con bronca, que “San Juan castigó a este lugar, desde los caminos para llegar, hasta el punto de publicar en medios locales que por las heladas Calingasta no es zona apta para la vitivinicultura”.
Con estos vinos, las pruebas de que esto no es así están a la vista. Probé bastante más dentro de la bodeguita: había vinificaciones de malbec de diferentes parajes, syrah, moscatel y rosados —hasta donde recuerdo—. Está confirmado que el syrah 2016 saldrá al mercado este año. Me traje una muestra de malbec 2015 de La Puntilla, que nunca salió a la venta, y que me encantó, lo cual me confirma el potencial de la región. Con respecto al moscatel, el año pasado ya habíamos tenido una partida muy limitada de uno negro que por sus características lo ubico como un “fuera de serie”, el cual creo que repetirá. En la 2016 Pancho también apunta a un moscatel blanco con intenciones de hacer uno macerado (naranja), y otro no; tarea difícil en una bodega tan artesanal: evitar las oxidaciones, sobre todo cuando en el proyecto es esencial hacer vinos naturales, con la mínima intervención: “vino de uva y nada más”, dijo con orgullo Pancho.
Paralelamente al crecimiento de Cara Sur, está empezando a resurgir la parte vitivinícola en la región. Hay gente plantando viñedos, y cada vez más inversiones: “sería bueno que en el tiempo esta actividad siga creciendo. No será tan rentable como otras actividades, pero es sustentable; eso sí, a diferencia de otras, requiere mucha mano de obra”, me comentó Pancho.
Según me contó, dentro del INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) Pancho está llevando adelante un proyecto junto a otros productores vecinos, con intenciones de hacer un trabajo que tiene que ver más con lo social: “la idea es que la gente tome más vino del lugar, que acompañe desde la producción el trabajo de finca, que se involucre, que lo sienta propio”.
Además, en los últimos años asesora cada vez más proyectos en la región, algunos grandes, pero nunca pierde el foco para tenerlos alineados con los más pequeños o con el propio. Incluso, supongo que al conocer a fondo más lugares, tendrá cada vez más precisión sobre qué puede ofrecer cada uno de ellos. Recordemos que en la región son aproximadamente 160 las hectáreas plantadas, de las cuales las más antiguas son 30 y están en parrales. Precisamente allí Cara Sur concentra el 80% del proyecto.
Mi visita a Barreal coincidió con el Domingo de Pascua y duró apenas un día. Fui desde Potrerillos (Mendoza), desde donde viajé 168 km de ruta, de los cuales 30 fueron de ripio. Cerca del mediodía, comencé mi jornada visitando a Andrea y a Juan Pablo, un matrimonio de productores artesanales de la región que hacen un vino llamado Constelaciones, a quienes les presentaré más adelante. El encuentro con Francisco “Pancho” Bugallo fue ni bien entrada la tarde y terminó cerca de la medianoche. No se extendió más porque a la mañana siguiente, muy temprano, debía emprender mi regreso hacia Buenos Aires, que duraría entre ruta y autopistas cerca de 14 horas. Tiempo suficiente para procesar a fondo todo lo vivido, que tan “fresquito” llevaba en mi memoria, y que desde mi humilde experiencia me permite llegar a algunas conclusiones.
Cuando uno charla con productores y comparte sus vinos, puede o no encontrar un hilo conductor: el lugar, las personas, sus historias o filosofía de vida. Cuanto más nítido se percibe ese hilo conductor, más personalidad tienen sus vinos o el proyecto en sí. Así como Pancho decía que la diferencia está en el valor agregado, “en el trabajo de viticultor”, en el eslabón de esta cadena que me toca estar, y que me da la posibilidad de probar gran variedad de vinos, la coherencia entre el vino, su hacedor y el lugar es lo que hace que un proyecto sea único y pueda traspasar la vara del muy bueno, a la que por suerte ya muchos vinos de nuestro mercado han llegado. Ese es el valor agregado que destaco cuando pruebo los vinos de Cara Sur, y descubro absoluta coherencia entre ellos, las personas que lo hacen y el bello lugar que es Barreal.




sábado, 31 de agosto de 2013

“Seba a fondo”



En los últimos meses tuve el privilegio de encontrarme en tres oportunidades con Sebastián Zuccardi: un almuerzo en Tupungato Winelands, una degustación en Vinoteca Ozono Drinks y una visita “a fondo”, que duró prácticamente un día, a la finca que la familia posee en Altamira (Valle de Uco, Mendoza). Para coronar la visita Seba nos preparó una cata increíble, no sólo por la calidad de los vinos sino también por su valor instructivo. Este último encuentro fue parte del viaje enófilo anual que realice junto al Grupo FLT (Felices Los Tintos). Todos estos encuentros me dejaron un gran aprendizaje, que quiero compartir con ustedes.



Cuando Seba habla de la empresa siempre comienza contando la historia de su familia; de su abuelo Tito, reconocido en la provincia por desarrollar los “Sistemas para Riego”, y de su abuela Emma, quien con más de noventa años actualmente sigue asistiendo a la empresa en algunas tareas vinculadas al área de recursos humanos. Por lo visto él los siente sus raíces y no pierde oportunidad para mencionarlos y reconocer que fueron los cimientos fundamentales para todo lo que llegaría más tarde. En mi humilde opinión, considero que lo mucho que han logrado será relativamente poco comparado con lo que creo que va a venir, y no me refiero ni a cantidades ni a volumen, ni a nada que se pueda contar con números, sino a algo que se puede valorar cualitativamente.

La gran mayoría de los consumidores reconocen a Familia Zuccardi por sus vinos Santa Julia; quien se acerque a la góndola de cualquier cadena de supermercados, chinos o vinotecas los puede encontrar fácilmente. Aunque no sé con certeza si son líderes en esa franja de venta, es innegable que la marca es reconocida: siempre tuvieron presencia, imagen, llegada y buena comunicación. Desde entonces mucha gente los probó, algunos le siguieron sus pasos y otros no. Sin embargo, son “muchos” los consumidores que desconocen todo el crecimiento y desarrollo que tuvo esta empresa 100% familiar. En mi caso, por mi actividad tuve la suerte de hacer ese seguimiento, más que nada en la gama media/alta y alta. Si bien hoy no tengo degustado el portfolio completo, que actualmente suma más de cuarenta etiquetas en el mercado local, en todo lo que fui probando estos últimos años siempre hubo crecimiento en la calidad. 



En un principio la bodega sólo contaba con viñedos en Maipú (Sudeste de la Ciudad de Mendoza, 650 msnm) plantados en 1963 por el abuelo de Seba; más tarde se extendieron hacia el Este (Santa Rosa, Sudeste de la Provincia de Mendoza, 620 msnm), y con los años descubrieron la importancia de otros suelos de mayor altura, para aspirar a vinos con otro temple y calidad. Allí apuntaron a zonas más cercanas a la cordillera como Altamira (1.100 msnm), Gualtallary (1.150/1.350 msnm), Vista Flores (980 msnm) y La Consulta (1.080 msnm). Actualmente, según el segmento de precio, la cepa o el perfil de vino, sus etiquetas pueden nacer en cualquiera de las zonas mencionadas, o inclusive de la combinación de dos o más de ellas. 


Altamira fue la región elegida para la construcción de la nueva bodega, destinada únicamente para la elaboración de los vinos premium y súper premium. La elección no es casual, y las piletas de concreto sin recubrir que se encontrarán dentro de la misma tampoco, porque sus formas (circulares y troncocónicas) son el resultado de diversas vinificaciones durante cinco años en una pequeña bodega de ensayos ubicada en la original y actual bodega “madre” de Maipú, de donde salen todas las etiquetas de la empresa. Hace dos años tuve la oportunidad de conocer esa área dedicada exclusivamente a la investigación: entre otras cosas, recuerdo que en su interior había piletas de diversas formas y tamaños, con o sin revestimiento interior; muchas alternativas, y todas construidas únicamente para hacer pruebas con un mismo mosto, y poder determinar cuál de todas daba los mejores resultados en el vino final.




La finca de noventa hectáreas donde se ubicará la nueva bodega se llama Piedra Infinita. Está ubicada a 1.100 msnm, en una de las zonas más frías de Mendoza (en invierno las temperaturas mínimas pueden llegar a -13/-15°C bajo cero). Además esta región posee un suelo más que particular producto de que hace un millón ochocientos mil años allí se encontraba un delta del Río Tunuyán, que bajaba desde la cordillera. Sobre ese cono aluvional que el tiempo talló se encuentra Altamira: suelos que combinan roca erosionada cubierta de carbonato de calcio y arena limosa, cuya particularidad radica en que en pocos metros de diferencia se pueden encontrar las rocas a diferentes distancias del nivel del suelo, lo que incide directamente en el vigor de las plantas. Martín Di Stefano, el ingeniero agrónomo responsable de la finca, se encargó primero de explicarlo mediante un gráfico y luego de llevarnos a comprobarlo por nosotros mismos. 



La única manera para verlo es mediante pozos en los suelos, llamados “calicatas”. Estas excavaciones, que tienen aproximadamente 0,80 metros de ancho por un metro de largo y algo más de un metro y medio de profundidad, son utilizadas normalmente para inspeccionar el suelo y ver con qué debe encontrarse la raíz de cada planta. Creo que en ese momento la cantidad de calicatas en Piedra Infinita sumaban 250. 



Por lo visto el dato obtenido del suelo no alcanza, ya que lo cruzan con fotos aéreas para medir el vigor, y con un estudio de conductividad magnética que se realiza sobre la superficie, con el fin de generar mapas y lograr identificar diversos tipos de suelo: normalmente las menores conductividades corresponden a suelos más pedregosos o con menos retención de agua, lo que nos habla de suelos de textura más gruesa. Donde descubran alta conductividad será lo contrario. 



Todo esto se hace para atender de forma individual a cada planta, de manera que el vigor sea similar en todas, o bien –en caso que eso no sea posible– definir áreas específicas en los momentos de cada cosecha. Trabajo “a fondo” si los hay. Cuando se trata de excelencia no hay margen para el error: aquella planta que lo requiera será atendida especialmente, ya sea con abonos naturales, con podas específicas, o bien con un suministro especial del agua en el caso que sea necesario. Verdadera viticultura de precisión. Se ve que para Seba no existe otra manera de trabajar. Notarán el detalle de que, mientras nos hablaba de sus vinos, lo hizo desde lo más profundo, aquello que no está a la vista: la relación entre el suelo y la raíz.



Para que esas noventa hectáreas estuvieran en condiciones para el cultivo de la vid tuvieron que extraer cerca de mil camionadas de piedras, algunas –para que se imaginen– del tamaño de un “Fitito” (70/80 toneladas). 



Hoy están en plena construcción de la bodega, con todas las intenciones de tenerla en funcionamiento para la próxima vendimia. 


Contará con piletas y huevos de hormigón; entre ambos tendrán disponibles las siguientes capacidades: 2.000, 3.000, 5.000, 7.000 y 10.000 litros; las medidas son tantas para poder separar bien las fincas por tipo de suelos y materiales. Además contará con una sala con barricas, y toneles de 2.000 y 5.000 litros. Seba aclaró que, si bien estará pensada para que también la visite el turismo, se privilegiará que sea una bodega sencilla, funcional, y que su arquitectura no altere el paisaje de la zona, por lo que imagino que habrá mucha piedra en su estética.


Luego de hacer media docena de paradas en Piedra Infinita (Altamira) para observar todo lo que comenté, nos dirigimos a la casa que la familia tiene en la finca de Vista Flores. Más allá de la increíble picada, las empanadas al horno de barro y las carnes varias a las brasas, haré foco en lo que fue la cata y todos los conceptos que Seba nos pudo dejar.



Entre los vinos de alta gama de línea probamos los Zuccardi Q Malbec 2011 y Q Cabernet Sauvignon 2010. Este último particularmente me encantó: combina fruta de La Consulta y Gualtallary. Luego le llegó el turno a Tito 2010 y Tito 2011. El segundo, a diferencia del primero, tiene un 15% de Ancellota y creo que tendrá más “cuerda” en el tiempo que el actual; que –aclaro– también me gusta mucho. En esa tanda no faltó el Emma 2011. Estos dos últimos vinos son el homenaje que Seba les hizo a sus abuelos. Se trata de vinos muy diversos entre sí; con respecto a sus zonas, su composición varietal, y porque fueron elaborados bajos conceptos diferentes; pero ambos poseen mucho carácter y una personalidad tan definida que casi cualquier consumidor sabría identificarlos en una cata a ciegas. ¿No me creen? Hagan la prueba de beberlos juntos y con las botellas tapadas.



Seguimos con Zuccardi Z 2009 y Zuccardi Z 2010, en ambos casos blend de cepas y de regiones; por ejemplo en el 2009 mezcla La Consulta, Gualtallary y Santa Rosa. En el extremo contrario se encuentran los de la línea Aluvional, que les siguieron en turno, y con los que pretenden ser fieles y puros representantes del terroir. En los Aluvional La Consulta 2009 y Aluvional El Peral 2009 y 2010, a pesar de que son malbec, se pretende buscar la mejor expresión de la región; de hecho en la etiqueta no se menciona la composición, pero sí el origen de la fruta.



En suma, un interesante abanico de vinos de alta gama con diversos conceptos entre sí, pero el concepto no alcanza sino se trabaja desde la fruta. Desde la fruta no, desde el suelo, desde el “fondo”, desde lo que no se ve, y sin embargo es fundamental. Notarán que casi no se habló de barricas, pero sí se habló mucho de suelos. Pienso en aquellos primeros Zuccardi Q, en los que la madera jugaba un papel bastante protagónico, y a los que les venían bien algunos años de botellas para que estuvieran pulidos y redondos para beber. Está claro que esos vinos no tienen nada que ver con los actuales Zuccardi Q, con una fruta mucho más fresca, más jugosos, más fluidos en el paso por boca, con otros matices característicos, que efectivamente se pueden guardar para que crezcan en complejidad, pero al mismo tiempo están listos para ser disfrutados hoy: te hacen vibrar e inmediatamente te dan ganas de servirte otra copa.




La cata siguió a ciegas, con muestras de misma cepa y añada de diferentes regiones. La primera tanda fue de tres bonardas: Santa Rosa, Altamira y Gualtallary ¡Qué expresión Santa Rosa! Jamás lo hubiera imaginado; al menos con el bonarda no tiene nada que envidiarles a las más “lungas”. Claro que los resultados están a la vista en el Emma. Seba está convencido de seguir trabajando el bonarda ahí; aunque en el nuevo Emma 2012 tengo entendido que lo complementó con un 15% de Altamira, pequeñas dosis de frescura y “un cuarto de vuelta de rosca”. A ese me falta probarlo.



La segunda tanda fueron cuatro malbec: La Consulta, Vista Flores, Gualtallary y Altamira. En la Consulta fue donde encontré una fruta más golosa y los taninos más dulces. Vista Flores también tenía un atractivo dulzor pero mejor balanceado con la acidez. Altamira y Gualtallary, con atributos en común: minerales, buena acidez, taninos más marcados, algún que otro floral; puntos que me daban para pensar por momentos que se trataba de algo similar.
Pienso en los siete vinos y me pregunto: ¿hubo alguno mejor que otro? No. Todos estaban muy buenos. Seba sigue trabajando para que las particularidades de esas zonas estén cada vez más definidas. Evidentemente hoy ésa es la prioridad.




Además de tener en claro el camino que eligió recorrer, Seba sabe muy bien cómo comunicarlo: tiene capacidad de explicar algo complejo de una manera simple; o contrariamente, como está haciendo con sus vinos, buscar desde la simpleza de una planta bien cuidada algo que hable desde lo más profundo y complejo en la botella. En diferentes oportunidades lo escuché decir que es necesario obtener la mejor fruta que pueda ofrecer un terroir, aplicar dentro de la bodega la menor intervención, y así dejar lo más expuesta posible sus propias características. Hasta por momentos llega a hablar de “austeridad”. Está equivocado quien sospeche que su aspiración no es hacer un gran vino. Personalmente, supe interpretarlo desde la primera charla, porque es franco, y esa postura o posición tomada, la encuentro cuando degusto sus vinos; porque logran su carácter y profundidad sin abusar de la madera o explotar en aromas que parecen prefabricados. Y siempre tienen mucho para decir: toman su tiempo, no necesitan gritar ni exagerar, pero dan gusto, porque simplemente hablan claro como él, quien al igual que las raíces lucha para ir “a fondo” en un lugar donde pocos lo ven, y no hay piedra ni clima que lo detenga.

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lunes, 19 de agosto de 2013

Mesa de Bonardas (3° año): “Resaltando la parte llena del vaso”


Hace algunas semanas nos juntamos con amigos y colegas a probar a ciegas una serie de bonardas. Es el tercer año que organizamos esta cata, siempre con intenciones de ver qué tiene para entregarnos esta cepa año a año. Para ello armamos una selección que combina novedades, nuevas añadas, diversas regiones y variados segmentos de precios.



La lista de vinos degustados en dos tandas es la siguiente:

Tupun Bonarda 2011 ($ 44)
Altosur Bonarda 2013 - Finca Sophenia ($ 59)
Pulcú Bonarda 2012 ($ 89)
Montesco Bonarda 2012 - Passionate Wine ($ 75)
Valcosta Guala Bonarda 2012 ($ 75)
SinFin Guarda Bonarda 2011 ($ 67)
Chayee Bourras Bonarda Reserva 2011 - Bodega Bourras ($ 70)
Serie A Bonarda 2011- Familia Zuccardi ($ 85)
El Enemigo Bonarda 2009 ($ 253)
Emma 2011 - Familia Zuccardi ($ 220)
Algodón Estate Bonarda 2010 ($ 132)
Nanni Reserve Bonarda 2010 ($ 120)
Colonia Las Liebres Bonarda Argentina Reserve 2011 - Bodega Altos Las Hormigas ($ 168)
Durigutti Reserva Bonarda 2010 ($ 152)

Primera tanda (entre $ 44 y $ 89)

Abrir la noche ya es bastante difícil, y más aún si se lo hace “a capella”. Todos sabemos que el vino escogido para salir primero puede llegar a ser castigado, pero esta vez no sucedió para nada. 



El elegido fue el Pulcú: fragante en aromas, fresco, rozando la simpleza; lo que más valoro es que esté tan redondo. Su fruta proviene del Este, más precisamente de 25 hileras, con un particular bajo rendimiento, de un viñedo en Nueva California (Departamento de San Martin); y a pesar de la región, su paso por boca es sumamente fresco. Algunos catadores observaron en el final de boca ciertas notas que recordaban a roble, aunque hasta donde tengo entendido no tiene crianza en madera. Pertenece al proyecto personal de David Bonomi, enólogo de Doña Paula desde el 2004, quien desde el 2002 también conduce, con mucho cuidado y dedicación, su pequeña bodega Tierra Inti, ubicada en la zona de Carrizal del Medio (Luján de Cuyo).

Luego llegó el turno del Chayee, proveniente de San Rafael: una verdadera novedad; no tenía idea de que existía este vino hasta que “Martincito” Krawczyk se ofreció a sumarlo. Cuenta con la enología de Pablo Profili (ex enólogo de Renacer), y considero que hizo un buen papel en su debut. Con un estilo más contundente que el anterior, mayor volumen y taninos más marcados, seguramente debe de haber tenido una considerable crianza en barrica. Estimo que el tiempo en botella lo pondrá cada vez más ameno. Junto con una gastronomía acorde, puede funcionar muy bien.



Otra primicia fue la muestra de tanque que envió el propio Rogelio Rabino, el joven enólogo de Finca Sophenia (Gualtallary). Directo, frutal y de muy buena acidez, será el nuevo integrante de la familia Altosur. Este “golazo” es un adelanto que en pocos meses saldrá al mercado. Obviamente era un vino sin terminar, turbio, todavía con ciertas aristas lógicas, pero con un nervio que enamoró a la mayoría de la mesa. El secreto: una combinación de maceración carbónica con un vino de elaboración tradicional; divertido y atrevido al mismo tiempo, y corre muy rápido en boca. Cuando le pregunté a Rogelio por la elaboración, prefirió definirlo de la siguiente manera: “Es como los de 30 años, un poco de tradicional, un poco de juventud… la etapa que estoy viviendo”.


A pesar de ser el anfitrión, me ocupé de no saber las etiquetas que estaba sirviendo entre los invitados. Deseaba que también fuera una verdadera cata a ciegas para mí. Tal es así que estuve lejos de poder identificar uno de los bonardas que en este último tiempo más me gusta y suelo recomendar: me refiero al Montesco 2012. Mi impresión a ciegas muy diferente a la que le suelo encontrar: fruta un tanto madura y ciertos tonos herbáceos; quizás falto de redondez también. ¿Habrá sido el vino, el contexto, la botella o yo? No lo sé, pero estaré atento a la próxima botella que descorche para confirmar impresiones.

Le llegó el momento al SinFin, el bonarda proveniente de la bodega de Maipú conducida por el enólogo David Funes. Presentó una nariz bien interesante, más que su boca, donde cayó un poco. Sin embargo, me dejó conforme, sobre todo teniendo en cuenta su rango de precio. Me queda el mismo buen recuerdo que en la cata del año pasado.

Por otro lado, fue una gran pena que la botella del Valcosta (San Juan) no haya estado buena, algo que puede pasar, seguramente fue su corcho quien nos jugó una mala pasada. Como conozco bastante el vino, sé que hubiera sido un buen representante de otra región y estilo, al ser fruta más madura y de tostados acentuados. Pero perdió la posibilidad de hacer el buen papel que su versión 2011 había tenido en la cata del año pasado, cuando efectivamente había cosechado elogios. Leer aquella cata aquí.

Una de las lindas sorpresas nos la dio el vino de menor costo de la noche. Fresco, seco, recorre el paladar con bella fruta, personalidad, y tiene un largo de boca que no me hizo sospechar su bajo rango de precio. Su acidez y algo “verde” me hicieron pensar en Michelini, y no estuve muy lejos: se trataba del Tupún 2012, la línea más baja de la bodega y mi preferida. Lo podemos etiquetar como excelente RPC. Los hermanos Pellegrina cosechan una hermosa uva en sus antiguas fincas de Tupungato. Como hace poco tiempo estuve en su bodega probando la mayoría de sus vinos, este resultado no me sorprende. Creo que tienen que darle una “vuelta de rosca” a la imagen y comunicación de sus vinos, merecen más reconocimiento y llegada a los consumidores. Sus vinos no se destacan por complejos, pero sí por francos, sin maquillaje, y eso es muy valioso para mí.



Le llegó el turno al último de la primera tanda. Entre sus atractivos encontré la mezcla de frescura, con una fruta un tanto madura; su amplitud en boca, algunas notas que recuerdan al roble y todo sumamente bien ensamblado. Se trató del Zuccardi Serie A 2011, el cual además de lucir un atractivo diseño en su nueva etiqueta dice con orgullo en su frente “Santa Rosa”, región de donde proviene su fruta. Para Noelia, una de mis compañeras de cata, estuvo entre sus preferidos. A mi criterio, también hizo un buen papel, así que volveré sobre él.



Segunda tanda (arriba de $ 100)

Una de las sorpresas fue el Algodón 2010. Personalmente me resultó muy interesante: fresco, delicado y con dejo mineral.  Por lo visto, sus catorce meses de crianza en roble francés le aportaron más elegancia que aromas. Qué grata sorpresa San Rafael. Felicitaciones a Mauro Nosenzo (enólogo) y Marcelo Pelleriti (asesor).



Luego fue el turno del Emma 2011, que se demostró con algo más de peso en boca, amplitud y sin disimular que es un “vino importante”. Esta añada es toda de Santa Rosa, pero la 2012 en su composición hay un 15% proveniente de Tupungato. Destaco su equilibrio y profundidad; sobresalen algunas notas a “café torrado”, un tanto resaltadas para mi gusto. No dejo de reconocer que aportan complejidad, pero sospecho que si no estuvieran me atraería aún más.



En la siguiente muestra, por su ingreso seco en boca, me hubiera costado imaginar que estaba frente al Durigutti Reserva. Pero me encantó este vino que combina fruta de Luján y del Valle de Uco. Posee la frescura suficiente. Creo que en botella seguirá creciendo y poniéndose cada vez más amable. El aporte de su crianza en roble se siente, pero por lo visto los hermanos Durigutti saben de balance, y sobre todo cómo lograr seducir a los consumidores.



Otro que se destacó por su agradable fruta, suaves tonos especiados y complejidad –y todo muy bien integrado– fue el Colonia Reserve, la primera añada que sale al mercado de este vino que tiene la particularidad de haber sido criado en fudres de 3.500 litros (toneles de roble). Hacía poco había tomado el 2011 de la línea clásica, y le encontré cierta relación. Es un vino para volver sobre él, y tomar por botella, principalmente porque será para beberla toda.



Tuvo que ser un salteño el encargado de romper el estilo que habíamos tenido hasta el momento: fruta más madura y con los especiados como protagonistas; los aromas provenientes de sus ocho meses de crianza en roble bastante presentes, pero bien redondo. El tiempo le hizo genial al bonarda de Nanni. Aunque los rasgos que indican su procedencia tienen más protagonismo que la varietabilidad, ello me importa poco porque el vino me gustó igual. Sólo me falta encontrarle el menú acorde, y a disfrutar. Una partida limitada, que creo sólo se puede comprar cuando se visita la bodega en el corazón de Cafayate.

Finalmente, creo que uno de los que menos elogios cosechó fue El Enemigo. En lo personal, quizás hubiera esperado mayor nitidez y definición en sus aromas, sobre todo teniendo en cuenta que era el de mayor precio. De todos modos, eso no quita que haya tenido buen recorrido en boca y sido disfrutable. Buscaré otra oportunidad para confirmar impresiones.



Luego de mis opiniones sobre cada uno de los vinos, lo más importante es la conclusión que se puede sacar de la cata en general. Por suerte siempre hay puntos interesantes para remarcar:

– Al momento de definir y juntar las muestras, fueron muchas las alternativas encontradas; y todas muy interesantes y tentadoras. De hecho optamos sólo por quince, cuando podrían haber sido muchas más. Es decir, si alguien desea probar bonarda, las opciones que hay en la góndola son variadas.

– Todos los vinos que degustamos, sin importar segmento de precio ni región, fueron amigables, de taninos amables y sueltos en el paladar. Este es un dato importante tanto para aquellos consumidores que prefieren los vinos suaves como para aquellos otros que todavía no ingresaron al mundo del vino, ya que en el bonarda podrán encontrar una “puerta entreabierta”.

– En los vinos de rango más alto, por lo visto sus hacedores priorizaron que sean elegantes ante que todo, incluso por sobre estilos ya reconocidos, como puede ser el de los Durigutti o el propio Marcelo Pelleriti. Tampoco recurrieron a que el protagonista sea la madera para justificar el segmento. Aplaudo esa decisión.

– A pesar de que los vinos degustados provenían de diversas regiones, siempre tendieron a ser frescos o al menos con una buena fluidez en boca. Incluso en algunos del Este, en una misma olfacción podían convivir la fruta madura y la nota fresca, algo realmente interesante, dado que suma complejidad con lo básico.

Otra visión 

Por pura coincidencia, mientras desarrollábamos esta reunión, al mismo tiempo era publicada una nota titulada con una frase de Michel Rolland pronunciada en el marco de una presentación de la nueva añada del Val de Flores: “En Argentina no se puede aspirar a lograr una Bonarda de la calidad del Malbec” .

En primer lugar, coincido con Rolland, por ejemplo cuando indica que con el bonarda se puede apuntar a lograr vinos de buena calidad, pero no de altísima gama, como sí se puede lograr con el Malbec. Sin embargo, si me detengo solamente sobre el título, y me meto en la cabeza de alguien que está navegando en internet, que no está tan “empapado” en el tema y que probablemente pasé por alto el contenido de la nota, fácilmente podría llegar a la conclusión de que en nuestro país “cualquier” bonarda nunca va a tener la calidad enológica de “cualquier” malbec. Por ende, un consumidor medio, con todos los malbec que hay en la góndola, ¿para qué va a elegir un bonarda para llevar a su mesa o para regalar?

El “vino” al que se refiere Rolland en la nota es de una calidad que la gran porción de consumidores –me animo a decir el 99%–no toma: la gente normalmente no compra vinos de altísima gama. Pero ese título debe de haber llegado a consumidores de la franja de $ 20, $ 30 o $ 50/bot.; o bien ocurrido algo peor, que haya llegado a posibles futuros consumidores, esos que aún no dieron su primer paso en la compra de vinos, y quienes seguramente ya no lo vayan a dar con el bonarda. 


En definitiva, un título como ése es mucho más lo que le restó al bonarda que lo que pudo haberle hecho ganar al malbec. Con esto no quiero cuestionar a quien publicó la nota, sino más bien observar desde otro ángulo y con intensiones de siempre tratar de sumar.

Luego de evaluar la cata, me queda en claro el camino por el que están optando algunos productores: no darle a esa cepa el mismo trato que se le da al resto (por ej. Malbec, Cabernet, etc.), sino resaltar sus virtudes. Ahí radica el secreto y ése es el camino que quienes lo comunicamos y vendemos debemos elegir, sencillamente porque es una cepa diferente, y desde lo bebible y “simple” puede llegar a ser más atractivo que cualquier otro varietal. 

Aunque estoy lejos de ser un especialista en marketing, creo que si resaltamos y comunicamos la parte del vaso que está llena, será mucho mejor para todos.


En el siguiente link a misma cata pero por el amigo y bloguero Ariel Kulas.  http://pasionkuari.blogspot.com.ar/2013/08/bonarda-para-todos-los-gustos.html

En el siguiente link "otros bonardas" catados y por el sommelier Roberto Colmenarejohttp://vinosencordoba.blogspot.com.ar/2013/08/bonarda-en-boca-de-todos.html

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