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jueves, 1 de junio de 2017

#MiPrimeraVez: una mesa con vino y pan casero


Un antes y un después. ¿Cuántas veces nos pasó que un hecho, una vivencia o una experiencia haya cambiado algo en nuestras vidas, en nuestras relaciones, en nuestros objetivos? Cada uno de los AWB quisimos compartir uno o varios momentos importantes de nuestras vidas relacionados con el vino y, de igual manera al resto de las movidas que realizamos en conjunto en Argentina Wine Bloggers, decidimos titularlo con un HT (hashtag) para su mejor comunicación en las redes sociales: #MiPrimeraVez.
En el 2000 yo tenía 29 años y, a pesar de ya llevar varios años como consumidor de vinos, hubo un instante, frente a una copa y en un lugar especial, que encendió en mí una pasión especial. Quienes me conocen desde hace tiempo saben muy bien que eso nunca se apagó, sino más bien todo lo contrario: aumentó de manera exponencial. Puedo confirmarlo hoy, cuando ya transcurrió bastante tiempo desde aquel momento en que empecé a tejer eso con esta bebida que tanto amo.
¿Cómo olvidar #MiPrimeraVez, si fue en un sitio por donde muchos de nosotros dimos nuestros primeros pasos degustando vinos? El Club del Vino (CDV), aquella antigua casona de la calle Cabrera en el Barrio de Palermo, ¿se acuerdan? Cuando Palermo todavía no estaba minado de tantos bares, turistas y fashion, y aquella considerable propiedad de Cabrera al 4400 era un destino fijo, si no era por el vino o el restaurant, era por algún grosso de la música: era habitual que tocaran figuras como Horacio Salgán, Ubaldo De Lío, Néstor Marconi o Juanjo Domingo. Recuerdo que, cuando entrabas, a la derecha había un wine store vidriado con botellas hasta el techo; me llamaba la atención que había muchas con varietales absolutamente desconocidos para mí en ese entonces. Ahí nomás te encontrabas con el típico patio de las “casas chorizo”, escaleras, ventanas, pasillos, puertas alrededor, con algunas mesas junto a una antigua fuente iluminada en el centro; al fondo, el restaurant, la barra en el wine bar sobre el otro costado y varios espacios más. También recuerdo con detalle aquellos panes caseros que te servían cuando pedías alguna copa. El lugar era bello por donde se lo viera; cada vez que llegaba para una presentación o charla, les juro que sentía que respiraba vino, que había descubierto mi lugar en el mundo. Además de aprender, no había una vez que no regresara a mi casa feliz, lleno, y contando los días para ver cuánto faltaba para la próxima fecha.
En una de esas tantas degustaciones que solían hacerse con bastante frecuencia, recuerdo la presentación de una selección mensual del vino Patrón Santiago 1999, perteneciente al productor Manuel López López. Para ser más preciso, el evento se había realizado en el cafe concert del Club, un espacio más grande destinado a los espectáculos musicales de primer nivel, que en esta ocasión fue reservado precisamente porque esa etiqueta pertenecía a una “Selección Especial Limitada” y, por ende, se daría cita más público del habitual. No puedo recordar junto a quién compartí esa noche aquella pequeña mesa, pero sí tengo registradas todas las sensaciones que pasaron por mi mente con la primera nariz y el primer sorbo de aquel cabernet. Maduro y pesado en boca, provenía de unos viñedos de más de veinte años de Villa Seca Maipú, zona de Mendoza particularmente más cálida, aunque en aquella época no se ponía tanto foco en las regiones, mucho menos en el clima ni en el suelo; su concentración me sugería que podría contar con muchos años de guarda; sus aromas me recordaban a jalea de membrillos, confitura, algo especiado.
Percibir una enorme paleta aromática en ese momento me anticipaba que había un mundo nuevo por descubrir. Ese vino me había justificado por qué era una selección especial, y reconocí claramente ese salto cualitativo con respecto a lo que solía beber. Me refiero a algo que, hasta que no se identifica y se transforma proporcionalmente en placer, no nos permite ampliar el presupuesto destinado para una botella. Ese vino justificaba su precio hasta el último peso, incluso teniendo en cuenta que su costo era más del doble al que estaba habituado a pagar. En ese momento se me despertó una necesidad aún mayor de probar y probar para seguir descubriendo, disfrutando y sobre todo aprendiendo: esas tres necesidades que hoy siguen compitiendo entre ellas con la misma energía de aquella primera vez.
En un momento, las degustaciones del Club dejaron de ser suficientes para mí. El intento de buscar algún grupo de cata ya armado para acoplarme fue un fracaso: había muy pocos y eran menos aún los que estaban dispuestos a abrirlo a un principiante y desconocido. Así fue que empecé a convocar gente allegada interesada en probar vinos, para, de ese modo, armar mi propio grupo. Cuantos más interesados juntaba, más etiquetas se podían probar en menos tiempo; comencé con la familia y amigos, pero no me alcanzaba. En aquella época Internet y el ForodelVino.com.ar me ayudaron a conseguir entusiastas con las mismas ganas y necesidades de probar que yo. De ese modo empecé a meter desconocidos en mi pequeño departamento de la calle Hidalgo, los domingos a la mañana, para probar vinos a ciegas; tampoco podían faltar los panes caseros, en sus diversas variedades, que trataban de replicar a los del CDV, aunque amasados por mí. Llegué a moler el trigo, guardar masa madre y blendear harinas para sentirlos únicos; todo para que seis, ocho o diez nicks del foro, de quienes no conocía casi nada, se ubicaran alrededor de aquella pequeña mesa de mi comedor y dedicaran un par de sus horas a no hablar más que de vino (nada de fútbol, mujeres o política), sólo de vinos.
Recuerdo el segmento de precios de los vinos que degustábamos en esos años: rondaría entre los 20 y 60 pesos. Imaginen que esas reuniones comenzaban tipo 10:30 hs de la mañana, en un espacio que no superaba los 8 m2 y el speater para escupir estaba aún muy lejos de llegar a nuestras vidas. Su ausencia fue directa responsable de que aquellas reuniones siempre terminaran “bien arriba”, previo al almuerzo dominguero, que cada uno continuaba con sus respectivas familias.
Más gente, más vinos, más encuentros. Mejorar en servicio, pulir el procedimiento en la cata, sacar conclusiones, discutir, evaluar RPC, sumar gente, empezar a utilizar frappera para tirar el vino que nos iba quedando en la copa. Es sabido que cuanto menos alcohol consumamos, más afinado podemos tener los sentidos, y así podemos sacar conclusiones más precisas. También descubrí cómo, tapando las etiquetas de las botellas al momento de probar, marcas nada conocidas sorprendían a ciegas en calidad. Mientras tanto, una pasión que no paraba de crecer: cursos, los primeros viajes, empezar a conocer actores importantes de la industria, y más presentaciones, ferias, etc. Hasta con los compañeros de cata más cercanos tuvimos el coraje o, mejor dicho, el atrevimiento de sacar varios números de una publicación gráfica de distribución gratuita en vinotecas, puramente de vinos y no masivos, que se llamaba Cataciegas.
Cuando se despierta esa pasión por el vino, siempre está latente el sueño de poder vivir o trabajar relacionado con él. Lo comento porque en aquella época yo lo sentía así, y sé que hoy en día muchos pueden estar atravesando esa sensación, ese deseo, como un sueño que parece absolutamente lejano, que se vive como una de las tantas fantasías que uno presume que nunca se cumplirán. En mi caso se moldeó de una manera especial, impensada en aquella época, pero se hizo realidad. Finalmente, luego de tanto insistir, pudo llegar a mi vida; no sé si fue Dios, el apoyo de mi mujer, o el resultado de que siempre me moví en forma desinteresada pero con pasión y perseverancia. O todo eso junto. Lo cierto es que, después de muchos años, la vida me regaló la posibilidad de trabajar con él. En un principio, diría que sólo era media jornada, porque tenía otra actividad que también me demandaba el resto del día y la necesitaba sí o sí para vivir y, sobre todo, para alimentar a aquella otra actividad que tanto ansiaba y que necesitaba crecer.
Hoy estoy puramente dedicado al vino: entre mi comercio, las presentaciones propias y de terceros, puede que llegue a compartir días de 16 a 18 hs, pero que lejos están de agotarme. Si estuve cada día de mi vida durante quince años soñando este instante, sería un desagradecido a Dios si así lo sintiera. De pibe, mis padres siempre me enseñaron lo importante que era tener laburo y cuidarlo; ahora me estoy dando cuenta de que mis viejos sólo me hablaban de laburo y nunca de guita. Ahora lo entiendo.
Entremedio de todo eso, no faltaron momentos aparentemente menores, pero que creo muy importantes para mí, que también me gustaría compartirlos porque creo que vale la pena que los conozcan. Uno, porque resultó fundamental en estos años y el otro, porque puede que resulte algo raro cuando se los cuente.
Empezaré por el segundo. Recién en los últimos cuatro años empiezo a encontrar en nuestro mercado el estilo de vinos que más me gustan. No niego de haber disfrutado y aprendido mucho durante los quince anteriores, pero quizás esa haya sido la cantidad de años que necesité para entenderme a mí mismo. O tal vez fueron los productores quienes al mismo tiempo fueron encontrando su camino hasta comprender qué vinos los representarían mejor. ¿Cuánto cambié yo y cuánto nuestros vinos? ¿Qué pensaré en el 2030? El vino cambia, crece, y si yo me dedico al vino, también evoluciono, al igual que los productores.
Me doy cuenta de que necesito que haya cambios, por supuesto, siempre para mejorar. No puedo ver dos años seguidos la misma película. Cada vez que pruebo una nueva añada, pienso en la anterior del mismo vino; más allá de la marcha climática del año, que puede llegar a afectar o a influenciarlo en diversos aspectos, me detengo en el productor: si es inquieto por mejorar, los resultados siempre son positivos. No falla. De un lado, productores inquietos que evolucionan, y, del otro, aquellos que siguen un molde que en algún momento pudo haber sido exitoso, pero, como el confort no es bueno, y la monotonía de tomar siempre lo mismo tampoco, ese éxito que alguna vez pareció seguro tiende a diluirse cada vez más rápidamente. Recuerden que todos cambiamos.
El otro momento, muy valioso también, fue aquel en que descubrí qué camino quería seguir dentro de este mundo: trabajar en relación con el vino puede ser amplio, ya que se abren una infinidad de posibilidades (comercial, marketing, servicio, docencia, periodismo, turismo). En mi caso hubo sólo uno que, sin querer, descubrí y me enamoró, el único, y no lo pretendo cambiar porque confío que es mi lugar. Me refiero, precisamente, a los proyectos más pequeños, a su comunicación y a su comercialización, aunque esas palabras suenen grandes, frías y poco sensibles hoy para mí. Prefiero o me conformo con decir “empujarlos”, así como cuando uno le da una mano a un tipo que se quedó con el auto, está en subida y en el primer instante no hay nadie para darle una mano.
Descubrirlos, entenderlos, caminarlos a la par de sus productores, verlos nacer y sobre todo crecer. Hacerlos llegar a nuevos consumidores, acercar nuevos consumidores al vino. Y mientras tanto contarlos, si es mano a mano, mucho mejor. Llevarlo lo más cercano a una charla de amigos, porque el vino es eso: abrir mi mesa a que sean muchos los que los puedan disfrutar. Un antes y un después, así los espero, en persona, para que nuestro próximo encuentro sea esa primera vez que siempre se renueva.


jueves, 9 de febrero de 2017

“ #QueSeCepa. Petit Verdot, cada día más protagonista"



En el marco de una nueva actividad en conjunto titulada #QueSeCepa, en coordinación con Argentina Wine Bloggers, elegí la variedad petit verdot (PV) para compartir con ustedes, además de mi experiencia con vinos de esta cepa, algunas de sus características distintivas, junto al testimonio de seis productores que la elaboran.
Desde la época que comencé a beber vino, hace unos 20 años, fue gradual el protagonismo de la variedad en nuestras góndolas, al menos hasta donde uno tenía conocimiento. Intuyo que esto posiblemente se debió a que, por sus características, debe haber sido utilizada para cortes o para reforzar algunas elaboraciones, sin necesidad mencionarlo en la contraetiqueta o hacerlo público. Tengo el recuerdo de aquellos primeros varietales PV, de un perfil concentrado, compactos, con importante aporte de madera, y que necesitaban varios años de crianza en botella para que su paladar fuese más redondo y amigable.
A medida que fue creciendo la oferta en número de etiquetas, también aumentaron las alternativas. Al mismo tiempo, a la par de la tendencia del mercado en general, fueron transformando su estilo: los cargados, maduros y maderosos ya no lo eran tanto, y se sumaron los de paladares más sueltos, frescos y bebibles —en mi opinión, sin resignar carácter, sabor e intensidad—. Una prueba de este cambio puede confirmarse, sin dudas, en la cata detallada a continuación, de la cual participé recientemente junto a un grupo de colegas.

Adaptación, potencial enológico, características agronómicas y origen del petit verdot
Se trata de una variedad rústica, con buena adaptabilidad a todo tipo de suelos y a la sequía. Da mostos muy coloreados y bastante tánicos. Resulta interesante para climas cálidos, donde produce uvas ricas en azúcares y elevada acidez.
Sus frutos generan un vino con cuerpo potente e intenso en aromas y color; mezclada con otras variedades, aporta los mencionados atributos. Los vinos elaborados con esta cepa se caracterizan, sobre todo, por contar con aromas a frutos negros, como por ejemplo pueden ser las moras, además de los especiados y vegetales.
Su racimo es de tamaño pequeño, cónico corto, relleno, alado, con pedúnculo largo. Sus bayas también son pequeñas, de tamaño uniforme, con epidermis violeta oscuro, y pedicelos largos, de difícil desprendimiento de las bayas, y de pulpa blanda. El hollejo es grueso y la pulpa no pigmentada, compacta, muy jugosa. Es una cepa de vigor medio y entrenudos cortos, con porte semierguido y fertilidad elevada; de brotación y maduración tardía.
Con respecto a su origen, vale recordar que nació en la región del Médoc, en Burdeos (Francia), y que, de manera similar al malbec, parece haberse adaptado muy bien a nuestro terroir. Algunos de los factores que favorecen su maduración son el sol, la luminosidad y la falta de humedad. El hecho de que madure mucho más tarde que la mayor parte de las otras variedades, impide que prospere con éxito en muchas de las regiones francesas, donde su uso se limita a aportar color, acidez y taninos a muchos de los grandes tintos, mediante una adición nunca superior al 10%.



En nuestro país, donde su existencia se encuentra registrada desde 1852, actualmente se encuentran plantadas 500 hectáreas. En la viña se la solía encontrar mezclada con malbec, y por sus características un tanto similares se las identificaba a ambas con el nombre de “uva francesa”.


Degustación
Fueron ocho las muestras de varietales PV degustadas junto a un grupo de catorce catadores, todos habituales consumidores de vinos tintos. Un 60% nunca había probado PV, mientras que el 40% restante estaba bien familiarizado. Los vinos degustados estuvieron en un segmento de precio entre $ 140 a $ 500.
En líneas generales, los ocho gustaron, aunque por supuesto que algunos se destacaron más que otros. Concluida la cata, creo que lo más valioso fue haber podido encontrar diversidad dentro de una misma variedad. Esto tuvo que ver, en parte, por el origen de donde provenía la uva, y, por otra parte, por el perfil que le imprimió cada productor. Pienso que hace quince años todos hubieran utilizado la misma receta para la elaboración; en cambio, hoy cada uno interpretó la cepa a su manera. A continuación, los resultados.
Comenzamos con el Chikiyam, de la zona de Rivadavia (Mendoza). Se lo percibe de elaboración bien clásica, ampliada más abajo con el testimonio de su hacedor, Genaro Cacace. Por su amabilidad en boca, resultó ideal para abrir la cata y empezar —como quien dice— “con el pie derecho”, sobre todo para aquellos degustadores que hacían su debut con la variedad.
El siguiente pertenecía a Bodega Alpamanta, el Natal, cuya uva proviene de Ugarteche, Luján de Cuyo (1.000 msnm), zona más alta que la del primero, que provenía de la zona Este (700 msnm). Se lo encontró con mayor intensidad aromática y volumen en boca, producto de la altura y, seguramente, de algunas tareas extras en la vinificación. No me refiero a crianza, ya que en ambos casos fue sólo en botella.
Luego le llegó el turno a un clásico reconocido: el Fond de Cave Reserva de Bodega Trapiche (Cruz de Piedra, Maipú, Mendoza), con 14 meses de crianza en madera y también en botella —era 2012—. Está claro que el tiempo lo redondeó y que continúa con resto para seguir afinándose. Sus aromas de crianza son los principales protagonistas y ya no dejan percibir tan claramente de qué variedad se trata, pero de todos modos su estilo fue elogiado por la mayoría de los presentes; quizá para algunos fue hasta entonces lo más cercano al tipo que ya conocían —me refiero a los debutantes en la cepa—.

Promediando la cata, probamos el Tajungapul, que continuó manteniendo el nivel de los primeros. Si bien no teníamos información del origen de su uva, por sus características muchos de los presentes arriesgaron a decir que también pareciera provenir de la zona Este de Mendoza.
Las siguientes tres etiquetas fueron las más aplaudidas, en líneas generales. Me refiero, en orden de degustación, al Aprendiz, de Luis Reginato, proveniente de La Consulta. A diferencia de todos los anteriores, mostró un perfil aún más bebible, más suelto en el paso, de destacada acidez y con ciertos tonos aromáticos minerales distintivos.
Luego se lució el Gauchezco Reserva, del “Japo” Mauricio Vegetti; con fruta de Barrancas (Maipú). Un vino de taninos más amables, mayor profundidad y redondez en boca, con una madera que integra, pero que no suma desde lo aromático, y con un recuerdo algo más dulce. Destaco este último detalle porque en buena parte de las muestras tuvieron un dejo apenas amargo.
Algo similar ocurrió con el Domingo Molina. A pesar de provenir de Yacochuya (Salta), una zona que suele entregarnos vinos de gran intensidad, cargados —a veces hasta algo salvajes—, en este caso los trabajos de finca y la moderada extracción en bodega concluyen en un vino que va en busca de la elegancia, sin resignar complejidad y personalidad.



En gama de precio alta, al igual que el salteño, terminamos la degustación con el Anima Mundi; de un estilo mucho más cargado y concentrado que todos los anteriores, producto de provenir de una zona de altura como es Los Chacayes (Valle de Uco); y de una mayor extracción durante la vinificación y un considerable tiempo de crianza en madera. Seguramente, el que más tiempo tendrá por delante para redondearse en botella.
Aunque no fueron de la partida, aprovecho para recomendarles algunos PV que tuve oportunidad de probar en estos últimos años: Viña Vida Seda, Finca Decero Remolinos Vineyard, Tomero Gran Reserva y Cepas Elegidas Chapeau, de Brennan Firth. Este último es casi imposible de conseguir, pero es de lo más interesante que probé, al menos para mi gusto.
En resumen, es posible afirmar, en primer lugar, que la cepa se adaptó muy bien a las diferentes zonas de nuestro país. Otro punto destacable es que se trata de una variedad compleja en aromas, con descriptores como frutos negros maduros, combinados con especiados y notas vegetales en muchos casos. Además, presenta buen volumen y agarre en el paso por boca, y un leve dejo amargo en buena parte de las muestras. Todos los vinos los imaginé ideales para acompañar un alimento, desde carnes magras a más grasas, y de sabores más intensos o bien condimentados.

Lo positivo de la experiencia fue que en ningún momento la degustación se puso monótona: cada vino tuvo un diferencial para destacar. Esto me lleva a pensarlos a cada uno para situaciones diferentes. Rescato esto recordando viejas épocas en las que, al probar vinos de similar nivel de precio, si bien podían ser diferentes varietales, era probable que se parecieran mucho entre sí, al límite de no poder identificarlos. Antiguos compañeros de maratónicas catas sabrán bien de qué hablo.

Luego de degustar esa nutrida tanda de PV, charlé con algunos de los hacedores, y encontré mucha relación entre sus testimonios y los vinos degustados.

Genaro Cacace, productor de la zona de Rivadavia, Sudeste de Mendoza, trabaja la variedad desde hace quince años y actualmente elabora su vino bajo la marca Chikiyam. Me contó que estila vinificar con levaduras indígenas en tanques de acero, para luego hacer la crianza en pileta de concreto cubierta con epoxi; es partidario de no pasarlo por barrica, para que se expresen de manera más franca los aromas de la variedad. La ventaja de que hoy esté amigable para tomar me confirma que no es un vino de guarda. Quien beba este 2015 durante el presente año encontrará una hermosa pureza.


Luis Reginato, también bastante ducho con la variedad, que tiene plantada en un antiguo viñedo familiar ubicado en una zona de altura y de temperaturas más bajas, como es La Consulta (Valle de Uco), me comentó lo siguiente: “En general cosechamos el PV unos días antes de lo que podría denominarse ‘el momento óptimo’. Lo que buscamos es que los vinos tengan un buen balance de alcohol y acidez. Y también es muy importante para el perfil aromático de los vinos, dado que en ese momento expresan una intensidad y una complejidad que es exactamente lo que buscamos. Pienso que el momento de cosecha es el mayor secreto y es la clave para poder tener PV expresivos, balanceados y con taninos amables. En el momento en que decidimos cosechar el PV, los malbec se encuentran un poco sobremaduros. Entonces colocamos en vasijas de cemento el PV junto con los racimos de malbec enteros. Usualmente la cofermentación tiene entre el 85% y el 90% de PV, y el resto son racimos enteros de malbec, estos últimos aportan amabilidad y cierto dulzor”.


Mauricio Vegetti, quien elabora Gauchezco (uno de mis PV preferidos), defiende su zona, Barrancas (800 msnm, Maipú), como uno de los lugares donde la variedad puede cumplir de mejor manera su ciclo vegetativo, que como aclaré al principio tiende a ser más largo que el de la media. En el sector de Barrancas donde está plantado el PV hay más piedra (pero con cobertura en la superficie), y por ende el suelo es más drenado. Según Mauricio, eso hace que “la planta vaya a buscar con sus raíces bien abajo, y de alguna manera esa gran expresión vegetativa natural de la cepa, entre el calor y el suelo pedregoso colaboran a que la planta se estrese, lo cual genera una autorregulación en la cantidad de racimos producidos”. Mauricio insiste en que lo mejor es que la planta se exprese lo más natural posible, que allí está uno de sus secretos. Además, algunas de las tareas que estila efectuar son desbrotes temprano en el viñedo, y que el vino final es producto de dos elaboraciones de diferente concentración.




Otro conocedor de la cepa es “Rafa” Domingo, quien me contó de su experiencia en las fincas que posee en Yacochuya (Salta), también de suelos pedregosos pero a 2.000 msnm. Él también resaltó el manejo agronómico: “si la dejás producir, puede dar entre tres o cuatro racimos por brote, cuando lo normal es de uno a dos en el malbec. Entonces hay que hacer un manejo especial para lograr madurez y que la viña no se vaya en vicio. Manejo agronómico, poda en verde, riego y raleo especial antes de la cosecha. Es una de las variedades que se cosecha último, casi a la par del tannat, inclusive a veces más tarde. Dentro de la bodega decido el tipo de vino que quiero hacer, y como mi búsqueda tiene que ver con el vino fresco y bebible, y en el caso del PV es muy fácil pasarse de rosca, evito las sangrías y las maceraciones largas. Color, concentración, estructura, taninos… —los que se dan naturalmente— ya son más que suficientes”. Incluso aclaró que los remontajes abiertos los hace únicamente al principio de la fermentación, para que no extraiga ningún tanino verde cuando comience a haber alcohol.


Por su parte, Guillermo Donnerstag, de Anima Mundi, me comentó que encontrar cultivada esta variedad en tan bajas superficies, en proporción al resto de las cepas, siempre le generó una atracción especial, en particular, para vinificarla como varietal. Pudo cumplir su deseo en el 2013, porque mientras la plantaba en Las Pintadas (Tunuyán, Valle de Uco), la vinificaba con uva de un viñedo “bellísimo” de Los Chacayes, también otra zona de altura del Valle de Uco, y que fue el que tuvimos oportunidad de probar en la degustación. Este vino fue elaborado en pequeños volúmenes, con cuatro pisoneos diarios, largas fermentaciones y crianza en barrica. A Guillermo le encanta la “estructura monumental” que logra. Efectivamente la percibimos en la cata; por ese motivo lo imaginábamos apto como para una considerable guarda. Guillermo reconoció que es una variedad que aún le falta conocer. Según él, previo a la cosecha la uva desde la degustación no le da tanta información como sí lo hacen otras variedades. Sobre la finca de Las Pintadas, comentó que tiene el atractivo de poseer diferentes tipos de suelos en el mismo viñedo, partes con pura piedra y otras con solo arena. En este sentido, resaltó los diferentes resultados: desde lo aromático se parecen, pero en boca no tanto.


Por último, Sergio Case, winemaker responsable de la alta gama de Bodega Trapiche, que trabaja desde hace varios años la variedad en diversas zonas de Mendoza, dio más detalles. “A mí me gusta tener dos tipos de PV. Uno, con maceraciones más extensas, con lo cual logro más estructura y gordura; para este caso los prefiero de Agrelo y del Valle de Uco, y mayormente su destino es para cortes. El otro, con maceraciones normales y no tantos movimientos diarios de remontajes; con esto logro vinos más suaves en términos de estructura, lo cual me permite usarlo como varietal puro; para ese caso prefiero usar el de Cruz de Piedra (Maipú)”. Con orgullo Sergio cerró la charla con una reflexión: “Pensar que por no llegar a la plena madurez, los franceses sólo lo utilizan en pequeñas porciones en sus blend, y nosotros, gracias a la generosidad del sol que brilla en Mendoza, nos podemos dar el lujo de tener petit verdot 100% en una botella, a precios acomodados y con diferentes grados de sofisticación”.


Luego de las charlas, me quedó la sensación de que cada productor, con sus posibilidades, su experiencia y los diferentes “colores” que les brinda cada lugar, logra combinar el PV en función de su conocimiento, su gusto y su intuición, siempre en busca de un vino que ante todo lo deje satisfecho a él, que le dé placer. Por eso cada vino brinda una historia, un gusto y una sensación diferentes. Creo que esta diversidad percibida en la degustación nunca debe detenerse, y que siempre debe ir transitando de la mano de la calidad y en busca de la superación constante. Así habrá crecimiento ante todo y para todos, por el bien de nuestros vinos, de nuestra cultura y de nuestro conocimiento como consumidores, sencillamente, de nuestra vitivinicultura.

(*)Las 3 fotos de fincas fueron aportadas por el Rafa Domingo de Domingo Hermanos.


sábado, 19 de noviembre de 2016

#EnPrimeurEnMrWines #Cosecha2016 (1ª Parte)


Quienes somos fanáticos del vino solemos caracterizarnos por esa constante inquietud de conocer e interiorizarnos cada vez más acerca de lo que bebemos. Cuando compramos y probamos un vino, nos gusta imaginarnos cómo será su vida en el tiempo, si debemos seguir guardándolo o no, su potencial, entre otras cuestiones. Adelantarnos a lo nuevo y tener la posibilidad de probar en anticipo aquello que aún no salió nos lleva a imaginar lo que vendrá; a la vez que alimenta nuestras expectativas, también le suma experiencia a nuestro conocimiento. Para crecer como consumidores de vinos, las “horas de vuelo” que pasamos degustando son tan o más importantes que la teoría.
Por ello mismo, con las intenciones de ver qué nos ofrecerán los vinos de la cosecha 2016, hace algunas semanas realizamos #EnPrimeurEnMrWines, una mini-feria donde diferentes productores de nuestro país acercaron más de cuarenta muestras de vinos, de los cuales, excepto uno, ninguno estaba a la venta aún. Lógicamente, todos se encontraban en diferentes instancias de su elaboración o crianza: mientras algunos estaban ya casi listos, a buena parte le faltaba al menos un año

Fusionando mi rol de organizador del #EnPrimeurEnMrWines, y otro poco como uno de los más de ochenta degustadores que se acercaron durante el transcurso de todo un sábado a probar cada una de esas primicias, trataré de compartirles mi experiencia del evento junto a algunas conclusiones personales. En una segunda parte de la nota, estarán los resultados de una encuesta realizada con multiple choise, que respondieron el 35% de los participantes, y cuál fue el impacto en Twitter, la red social que utilizo para comunicar buena parte de mis actividades relacionadas al vino.
A pesar de que los productores suelen ser algo reacios a mostrar los productos sin terminar, fueron dieciocho los que aceptaron la propuesta. Al mismo tiempo, los consumidores que participaron de la degustación también eran conscientes de que se encontrarían con vinos que, en su mayoría, estarían –como suele decirse– “crudos”. Sin embargo, creo que las expectativas de los consumidores fueron superadas, porque hubo bastante, bueno y, sobre todo, bien variado.



Mi pedido original a los productores fue que, además de vinos del año, aprovecharan esta oportunidad si tenían algo nuevo o diferente para compartir. La respuesta fue excelente: no faltaron las zonas nuevas, las cepas no tradicionales, los vinos base para espumoso, blends poco habituales, jóvenes “a punto de salir a la cancha”, alta gama que verá la góndola no antes de los dos años, futuros componentes de etiquetas sin definir; hasta tuvimos la oportunidad de conocer un proyecto nuevo que aprovechó el evento para mostrarse en exclusiva.
Algunas impresiones propias
En líneas generales, todos los vinos me dejaron muy conforme con respecto a su calidad. La variedad que les detallé colaboró a que el evento sea sumamente entretenido en cuanto a diversidad.
Cada vez más productores apuestan a otras cepas: nebbiolo, garnacha, roussanne, marsanne, chenin. Lo más llamativo fue que, además, los concurrentes las estaban esperando de una manera especial. Cada vez se genera mayor expectativa ante lo nuevo o poco conocido.



Poco a poco más productores “le ponen fichas” al petit verdot como varietal. Casualmente –o no–, los tres que tuvimos oportunidad de probar fueron con muy buenos resultados. De cosechas anteriores ya conocidos, eran el de Gauchezco y el Natal de Alpamanta. Ahora se sumó uno de Calamaco, aún con destino incierto; por su carga, lo imagino componente de algún alta gama, aunque podría salir así “puro” tranquilamente; personalmente me gustó.
Cada vez más productores se entusiasman con la parte alta de San Pablo(1.450 msnm), aportando otros matices a lo que ya conocemos que nos entregan los vinos de las diferentes regiones del Valle de Uco  (Mendoza). Seba Zuccardi y Ariel Angelini, dos enamorados de esa zona, nos acercaron sus respectivos malbec: perfumados y sutiles en nariz, filosos en boca, y sumamente representativos del frío extremo del lugar, del cual ambos hacen hincapié en su potencial.
En un escenario de consumidores inquietos, los blancos siguen ganando protagonismo. Fueron muchos los enófilos que se acercaron al evento para probar primicias como Geisha de Jade, Revancha Chenin o el nuevo semillon de “Juanfa” Suarez. No fueron menores las ganas de probar las nuevas añadas de los ya conocidos Mendel Semillon, El Relator SB o el Bacán Reserva SB. Efectivamente, los buenos resultados a los que nos tienen acostumbrados sus añadas anteriores generaron expectativas extras en esta 2016. 

Otras de las sorpresas fue la base de chardonnay que presentó para un futuro espumante la gente de Tajungapul, de haber estado embotellada para la venta, nunca llegaría a convertirse en “burbuja”, ya que para la mayoría resultó una delicia tal como se encontraba; sutilezas, frescura, tensión, de menor ancho y más lineales en boca, mayor proyección o capacidad de guarda, fueron algunos de los atributos destacados en la mayoría de los mencionados.


Gualtallary participó con varios exponentes en el #EnPrimeurEnMrWines. Algunas de las vinificaciones fueron aportadas por el “Japo” Mauricio Vegetti; quien presentó, entre otros, diversos malbec, un “chardo” y un cabernet sauvignon, mientras destacaba que para él este año la zona fue de lo mejor, y sus muestras lo confirmaban. Del mismo lugar, también participó un Appellation Malbec de Las Hormigas, que claramente sigue profundizando cada vez más en la búsqueda del terroir. Es en la boca donde más habla el vino, y más allá de los aromas, lo expresa a través de sus texturas en el paso. En lo personal, vuelvo a confirmar a Gualtallary como una de esas zonas que tienen un extra para entregar y muchas veces marcar la diferencia. En este sentido, el productor no debe desaprovechar la oportunidad de dejarlo expuesto; el “Japo” y “Leo” Erazo, cada uno a su manera, evidentemente trabajan para ello.
Los blends siguen ofreciendo su atractivo. Los hubo en diferentes categorías, y supieron salirse de lo tradicional, además de gustar: co-fermentación syrah/ancellota de Los Toneles, por Pablo Bassin; y un Sy/CS/CF/PV también co-fermentado pero esta vez en barrica y por  Juan Ubaldini para El Equilibrista Wines, también anduvo muy bien.
Desde hace algunos años los vinos del Valle de Uco parecieran ser siempre los que se llevan más elogios. En una opinión personal, creo que algunos vinos de otras zonas cuando más los disfruto es cuanto más desnudos los encuentro. En este evento me ocurrió eso con los de la línea Natal de Alpamanta, con el bonarda de Agrelo que aportó Rogelio Rabino (Kaiken), con el malbec de Mayor Drummond, de Roberto de la Mota. Estos últimos tuvieron el plus de ser viejas viñas orgánicas, un valor agregado que se percibe, y está bueno dejarlo al descubierto para que se aprecie mejor.
Fue grato descubrir el potencial de nuevos lugares como Uspallata, donde el “Colo” Sejanovich sacó su primer malbec, con unos tonos aromáticos bastantes diferentes a cualquier par de altura mendocino. Seguramente hará mucho ruido cuando salga al mercado, porque lo hizo la tarde del evento. Si la primera añada es así, me imagino dentro de 10 años a esta nueva zona figurando entre las más mimadas. Además, me confirma lo bien recibidos que son los vinos cuando tienen un diferencial que los caracterice.
Resalto los fines educativos de algunas presentaciones. Entre ellas, las de los tres malbec de Gualtallary que nos acercó el “Gato” Martín Kaiser (Doña Paula). El “Gato” nos mostró las diferencias entre tres vinos vinificados bajo idéntico protocolo de elaboración, con uva de la misma zona, pero proveniente de diversos sectores del suelo con diferente composición (arenoso profundo, pedregoso c/calcáreo, pedregoso s/calcáreo). Resultó interesante apreciar esas diferencias, más en boca que en nariz, sobre todo a través de los diferentes tamaños de “granos de taninos” en cada uno de los casos.



Por su parte, el “Japo” también mostró la diferencia en un vino que proviene de una selección de parcela de Gualtallary, y uno que no, pero de la misma zona. Allí se ve claramente cómo un trabajo sobre un sector seleccionado y enfocado puede lograr resultados muchos más ambiciosos, y también se ratifica que los saltos cualitativos se deben gestar desde el trabajo en la viña.



Tampoco faltaron los vinos de bajo precio, que no dejaron de sorprendernos. Hago referencia a los
Impaciente de los hermanos Battilana, sobre todo al cabernet sauvignon; si yo no lo informaba, ninguno de los presentes hubiera imaginado que su costo sería inferior a $ 100 al público. Parecería que en este segmento sólo pueden competir los grandes con volumen; pues bien, acá hay uno que rompe la regla y sin necesidad de “maquillaje”.
“Edy” del Popolo (Susana Balbo Wines) fue quien acercó dos de los vinos más ambiciosos de la tarde. Ambos son blend que posiblemente necesitarán más tiempo en bodega antes de salir al mercado, pero ya dejan esa sensación de “lógica potencia”, integrada de tal manera que parecen “alfombrarte el paladar” cuando pasan por boca. Esta virtud de potencia, aunque dentro de un guante de seda, es algo que comienzo a percibir en algunas bodegas más frecuentemente: todo es producto del trabajo en viña y de las prácticas en la elaboración. Esto termina de confirmar que los alta gama nacen allí, y no como exclusivo producto de la crianza en barrica, como ocurría hace algunos años atrás.
El cabernet franc cada vez suma más seguidores. Fue una etiqueta debutante la encargada de cosechar más elogios; se trató de un proyecto nuevo llamado Tordos, un franc que proviene de los Valles Calchaquíes y se elaboró bajo la mirada de “Paco” Puga (ex Amalaya, actual El Porvenir). Tordos es un proyecto del cual ya conozco la mayoría de sus vinos y confío que les va a ir muy bien. A esto se suma que los fanáticos de la variedad van en crecimiento, y esto ya no es una moda. Además, el atractivo que sea proveniente de los Valles Calchaquíes le agrega un plus.



Viendo un poco la experiencia del #EnPrimeurEnMrWines #Cosecha2016, todo me asegura que de aquí en adelante siempre será crecimiento en todo aspecto; y lo digo más allá de la marcha climática o el escenario económico que pueda haber cada año. De hecho, sabemos que las condiciones estuvieron lejos de ser las ideales. Sin embargo, este pequeño muestreo nos indica que con trabajo, tiempo, más trabajo y experiencia, vamos a llevar al vino argentino al lugar que merece y tanto soñamos.




jueves, 29 de septiembre de 2016

"Morelli, pequeño proyecto y sueños en crecimiento"


Esta nota forma parte de la movida llevada en conjunto con Argentina Wine Bloggers bajo la consigna: #AWBPresenta a... Se difundirá vía redes sociales TW, FB y tiene como objetivo darle espacio a nuevos y pequeños productores.


Hace aproximadamente cuatro años, cenando en Parrilla Don Julio junto a algunos productores de vinos, colegas y otros amigos, Matías Michelini acercó a la mesa un vino para probar, sólo indicó que se trataba de un bonarda y lo dio a degustar a ciegas. Si bien estábamos casi terminando de comer, tras una intensa jornada de cata —sabrán a qué me refiero—, aquel bonarda dejó una muy buena impresión entre los presentes. Después Matías aclaró que era el vino de “El Cristian”, haciendo referencia a Cristian Morelli, quien en ese momento trabajaba en Bodega Zorzal junto a él y su hermano Juampi Michelini. Hoy no es algo común, y hace algunos años mucho menos aún, que un bodeguero se ocupe de compartir con orgullo el vino que elabora la persona que trabajaba para él.
Por supuesto, a partir de ese momento empecé a estar atento a todas las elaboraciones de Cristian, desde aquel bonarda 2011 que pronto salió a la venta con la etiqueta Caliche, y todo lo que se fue sumando a medida que transcurrieron los años. En la actualidad el bonarda ya va por su tercera añada; recientemente se le agregó un blend a la línea Caliche, y algo más arriba se sumó la línea Refrán, que ya cuenta con dos añadas de malbec: dos de cabernet franc y dos de un blend blanco muy interesante y particular, al menos para mí.

Soy de los que piensan que conocer y charlar con los productores colabora a interpretar mejor cada uno de sus vinos. Sin embargo, aunque no había podido tener contacto con Cristian, sus vinos siempre me engancharon mucho desde el primer momento que los probé. Él nunca había venido a Buenos Aires a presentarlos, y de mis viajes a Mendoza recién en mayo pasado pude compartir apenas unos minutos con él cuando visitamos “La Milonguita” en el #MrWinesTour.




“La Milonguita” es la bodega donde Andrea Muffato y Gerardo Michelini elaboran actualmente Gen del Alma, y bajo ese mismo techo van creciendo varios pequeños proyectos más, entre ellos “Morelli Vinos de Cava”, así se llama el proyecto de Cristian. “La Milonguita” está ubicada en El Peral, lugar donde se desempeñó Cristian desde que nació esta nueva casa en febrero de 2016, trabajando día a día junto a Gerardo y Andrea, tanto en la bodega como en los viñedos, y con quienes por lo que me comentó evidentemente se siente sumamente cómodo.



Con motivo del evento OzonoMDA de Ozono Drinks, a Buenos Aires se acercaron la totalidad de los hacedores de las bodegas que representan; entre ellos estaba Morelli, y esta vuelta tuve más tiempo para la cata, la charla y compartir sus vinos. Es la primera vez que él empieza a tener contacto con quienes en Buenos Aires suelen comprar sus vinos. No deja de mostrarse sorprendido y sobre todo agradecido, si bien le cuesta creer el lugar de reconocimiento al que llegó dentro del circuito de aquellos consumidores que eligen los vinos de pequeñas producciones. Casi sin querer, aclara que cuando elaboró sus primeras botellas del 2011 no tenía intenciones de transformarse en un productor de un proyecto propio, y más lejano aún imaginaba que algún día recibiría tantos elogios, principalmente vía redes sociales, desde diferentes puntos de nuestro país, cuando alguien descorcha algunas de sus cinco etiquetas.




Por el contrario, hoy creo que sus sueños no tienen límite y, como cuenta él, que cuando empieza a volar, son sus tres amores (sus hijas Regina y Angelina, y su mujer Cintia) quienes lo traen y le vuelven a poner los pies sobre la tierra; lo dice entre sonriente y emocionado, como un juego que hoy disfruta junto a sus hijas y seguramente lo alimentará por siempre.

Cuando cuenta sobre sus raíces, termina de cerrarme todo, porque son 100% viñateras: tanto su padre y como su abuelo trabajaron en viña. Recuerda cómo cosechaba de pequeño junto a su abuelo aquellos últimos racimos de bonarda que solían quedar colgados del parral pasada la cosecha, para así luego elaborar el vino para la familia, y cómo pisaban la uva junto a su hermana en el patio de su casa. Dice que nunca olvidará aquellos aromas que, si bien siempre los buscó, tampoco pudo encontrarlos en ningún vino. Ese fue uno de los motivos por el cual eligió al bonarda para su primera elaboración.
En una de las catas que compartí con Cristian junto a otras personas, en el momento de presentarse hizo hincapié en que siempre trata de elaborar con los menos agregados posibles, de la manera más natural, y precisamente no quiere decir ello que deje algo librado al azar. Cuando saco algunas conclusiones luego de probar sus vinos, encuentro esa combinación entre equilibrados, amables, pensados y personales, que pueden fácilmente resultar atractivos para un amplio espectro de consumidores.


Uno de los vinos que más me gusta es la nueva añada 2016 del Blanc de Noir. Escucharlo describir cómo trabajó de modo artesanal cada componente de ese blanco me hace entender el porqué de sus resultados. Éste cuenta con base de chenín, variedad complicada ya por su fácil oxidación, que además combina 20% de un malbec vinificado como blanco; otro mérito es que no dejó el mínimo rastro de color. Lo completa un moscatel algo más maduro, trabajado con pieles para extraer lo máximo para su expresión. La integración de todas las partes es perfecta, y por supuesto un paso por boca fino, integrado, vertical y —sospecho— con interesante futuro.

Repasando el resto de sus vinos, por ejemplo el malbec, si bien hay cientos en ese segmento de precios en el mercado y que muchas veces caen con facilidad en lugares comunes, el Refrán combina fruta de Tupungato y Gualtallary, sin perder frescura y soltura en boca. Posee una atractiva “punta sobremadura” en sus aromas: alguno de los tantos detalles que cuidó, los cuales se perciben y aportan cierta complejidad.




En la presentación que hizo junto a una docena de catadores, el Caliche Bonarda fue uno de los que más elogios recibió. Habiendo probado las tres añadas, fue notable cómo año a año siempre estuvo mejor. Con cada año compensa la disminución de la presencia de los aromas provenientes de la crianza en barrica con más nitidez frutal en su nariz y un paso por boca que igualmente se mantiene firme y vertical; tanto en el malbec como en el bonarda, se vinifican combinando capas de racimo entero y uva despalillada. Otro detalle fue cuanto creció en botella el Refrán Cabernet Franc, lo bien que se integró, muy amable por cierto, pero con esa textura en boca que tanto hace recordar a Altamira, el lugar de origen de su fruta; junto al blanco del principio, mis preferidos. La etiqueta más reciente es el Caliche Blend, que combina malbec, bonarda y pinot. Lo imagino más gastronómico, especialmente para la mesa diaria. Hablando de pinot, trajo en anticipo uno de partida limitada, de sólo 600 botellas, que combina fruta de La Arboleda y Gualtallary, que posee 24 meses de crianza en barricas, y donde los moderados tonos que aportan ambas frutas están perfectamente integrados a la suavidad del pinot. Asoma otro vino que dará que hablar.



Tal como les comenté anteriormente, en el #MrWinesTour una de las visitas fue a “La Milonguita”. Allí nuestro compañero de viaje, Manuel Berro, tomó la siguiente foto a las manos de Cristian; cuando le preguntamos por qué las tenía así, nos respondió lo siguiente:


“Para aquel que siente pasión, amor por lo que hace, en mi caso el vino, mis manos son herramientas que se impregnan con el mosto de la misma uva, en todo momento de esa creación; se sumergen día tras día en ese cuerpo vivo, tornándose negras, impresentables, rústicas, agrietadas y hasta lastimadas por sus ácidos. En fin, ellas lo trabajan, lo van amansando llenas de orgullo porque son las manos que hacen el vino...”.


Nombre: Cristian Morelli.
Edad: 38.
Estudios: Técnico Agrario y actualmente cursando Tecnicatura de Enología IES 9009 (Tupungato).
Hoy se desempeña en Finca Don Emilio S.A. como Jefe de Bodega en La Milonguita, y encargado de ejecutar tareas de viñedos. Su proyecto personal junto a su esposa Cintia se llama "Morelli Vino de Cava", para el cual no poseen bodega ni viñedos propios, y siempre seleccionan uva de productores del Valle de Uco.
Cantidad de vendimias realizadas: si bien la primera vendimia para su proyecto personal fue en el 2011, incluyendo la 2016, en total Cristian ya lleva 16 vendimias en su haber.




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