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domingo, 30 de julio de 2017

Vertical + vertical, aprendizaje “al cuadrado”



Hace algunas semanas recibimos por segunda vez en Mr. Wines a Roberto de la Mota, enólogo y socio de la familia Sielecki en Bodega Mendel Wines. Algunos recordarán que su primera visita había sido allá por octubre del 2014. Aquella jornada fue sumamente especial para mí, ya que además de que Roberto estuviera visitando en ese momento mi nuevo espacio, nada menos que para realizar una cata vertical completa de Mendel Unus, luego de ello a ese 1 de octubre decidí tomarlo como la fecha de inauguración oficial de mi cueva. Ese día sentí una mezcla de nacimiento y bendición; siempre lo digo: algo que me marcó un camino que decidí seguir a fondo, y que me gusta contar con orgullo, porque suelo tenerlo muy presente.
Recuerdo también que ni bien habíamos terminado aquella primera vertical del blend, uno de los emblemas de la bodega, ante la “desafiante” pregunta de uno de los asistentes, Roberto se despidió afirmando que la próxima vertical debería ser de Mendel Semillon; blanco que en ese momento me gustaba como otros tantos, pero que tampoco lo sentía de la manera especial que sí lo percibo hoy cuando lo degusto. Esto me indica que mi cabeza, gusto o paladar cambió bastante en menos de tres años, porque si bien aquella noche la propuesta de Roberto pintaba más que interesante, debo confesar que yo poco confiaba en que un blanco pudiera conservarse durante tanto tiempo igual de bien, como lo había demostrado el Unus en esa oportunidad, y que pudiera regalarme la misma satisfacción que me entregó ese gran tinto aquella noche.
Desde aquel 1 de octubre corrieron casi treinta meses; no sé si es mucho, pero sí fue mucho el vino que probé y lo que creo haber cambiado. Fueron meses que, por mi actividad, se vivieron siempre intensos; saben de lo que hablo porque junto a muchos de ustedes lo vivo y lo comparto en el día a día. Así fue creciendo mi ansiedad por finalmente poder concretar aquella vertical prometida de semillon. Estimo que, además de empezar a confiar más en una buena evolución, también aprendí como consumidor a disfrutar de otra manera de los blancos, e inclusive de aquellos con más años de guarda; a valorar aquellas sutilezas que aporta el tiempo, y, al igual que con cualquier tinto, también aprender a identificar en qué parte de la curva de su vida está transitando, para determinar si continuar guardándolo para que crezca en botella o no.
Es cierto que hoy en día también ponemos más foco en distinguir los atributos de algunos blancos y la importancia del lugar de donde proviene la uva; en este caso, un antiguo viñedo de 67 años en Paraje Altamira (Valle de Uco), plantado a pie franco. En aquella primera oportunidad, Roberto también se refirió a los cuidados en su elaboración y al desborre previo a baja temperatura sin protección del oxígeno; de esa manera se oxidan tempranamente los compuestos más oxidables, para evitar que lo hagan en el futuro en su guarda en botella. Sólo un 15% del vino está fermentado en roble francés nuevo Taransaud; este último, además, tuvo seis meses de contacto con lías, sabiendo todo lo que aporta en complejidad, a la boca y a la guarda, lógicamente.


Ahora la única incertidumbre que queda es saber cómo fue realmente su evolución. Finalmente el día llegó: Roberto visitó nuevamente la cueva, en primer lugar para cumplir con aquella vertical prometida que se llevó a cabo junto a los miembros de Argentina Wine Bloggers (AWB). Como si ello fuera poco, la jornada no terminó allí, porque hubo una segunda parte en la que los privilegiados fueron algunos clientes y amigos. Para ello Roberto tenía preparada otra vertical, pero de Mendel Cabernet Sauvignon. Ser dueño de casa lógicamente me permitió realizar ambas degustaciones, así que el disfrute fue “al cuadrado”. Con esto quiero expresar que el placer fue mucho más que el doble, porque pude sacar algunas conclusiones extras.
De los semillon probamos las cosechas 2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014, 2015 y 2016; del cabernet probamos 2009, 2010, 2011, 2012, 2013, 2014 y 2015. Para ambos vinos, Roberto aclaró que en cada una de las etiquetas siempre se mantuvieron la misma elaboración y crianza. Por ejemplo, la de los cabernet históricamente combinó 1/3 de barricas de diversos usos, de grano fino y siempre con uva proveniente de su finca de Perdriel (Luján de Cuyo). Todas esas coincidencias año a año fueron ideales para comprobar que, si se encontraban algunas diferencias entre cosecha y cosecha, éstas tendrían que ver principalmente con la marcha climática de cada añada en el lugar de origen de la uva, y de este modo asegurarse de que no obedecían a las prácticas llevadas a cabo.
Para ambas catas servimos todos los vinos al mismo tiempo. La idea era que en copa todos pudieran tener la misma ventaja frente a la aireación. Además, es ideal para ver el comportamiento de cada uno en simultáneo.
Arrancamos con el blanco. Todas las botellas se encontraban en perfecto estado, inclusive el 2009; claro que tanto en nariz como en boca, a medida que transcurría el tiempo y subía lentamente la temperatura en el copón, se empezaban a percibir marcadas diferencias. En nariz, las notas de miel, algo de fruta tropical y, sobre todo, la de frutos secos (avellana principalmente) en los más añejos, se iban resaltando en diferentes medidas; todo muy sutil, pero nítido. En boca, en algunas añadas se percibía claramente su destacada frescura y acidez en el paso. Roberto aclaró que eso tiene que ver directamente con años que fueron más fríos, en los que la uva maduró más lentamente. Esos que se mostraron más vivaces fueron los que resultaron más interesantes al panel de cata, y seguramente sean los que seguirán manteniéndose mejor en el tiempo. En cambio, en algunos años más cálidos los aromas me recuerdan más a fruta tropical, pero madura, y cierto dejo a caucho o goma quemada; esa sensación la recuerdo principalmente en la 2014.
Haciendo memoria, algo similar había ocurrido en aquella vertical de Unus que habíamos realizado en el 2014: los años más fríos, de evolución más lenta en el tiempo, se percibían más vivos. A los semillon 2010, 2013 y 2016 los destaco con esa frescura, aunque el 2016 me genera una incertidumbre extra, ya que fue un año muy especial, según los productores, y así lo encontré también al degustarlo: un vino que se apoya más en la tensión en el paso, aportando largo, y con tonos aromáticos que van más hacia los cítricos. Roberto señaló que en esta añada no se hizo maloláctica, con lo cual esa sensación eléctrica en boca se acentúa. En lo personal, la suma de todo eso me encanta y me anuncia mucho futuro. No me gustaría dejar pasar por alto el momento actual de la 2015; a pesar de que no fue un año tan fresco como los anteriores, en boca se mostró muy expresivo, equilibrado, y con una paleta aromática compleja e interesante que combina mucho de lo mencionado, entre la miel, lo frutal y lo floral.
Un consejo que me gustaría darles a los consumidores es lo atractivo que resultan este tipo de blancos cuando se beben algunos grados de temperatura más arriba de lo que se hace habitualmente. Les aseguro que es otra historia cuando empiezan a abrirse en aromas; además de funcionar acompañando algún plato, porque suelen ser bien gastronómicos, también pueden disfrutarse muy bien solos y casi a la temperatura de un tinto liviano y joven.
Al terminar la cata de blancos, acomodamos rápidamente el salón para que ingresara el segundo grupo y comenzar con la vertical de Mendel Cabernet Sauvignon. Ni bien servidas las siete cosechas, lo llamativo fue no registrar de entrada las diferencias que sí habíamos encontrado con los blancos. Tuve que repasar más de una vez cada uno para tratar de encontrar mi preferido y sacar algunas conclusiones. Se me ocurre que, al menos en esta instancia, la variedad dejaba transparentar mucho menos las diferencias entre una añada y otra; posiblemente, los años en botella colaboran para que algunas se puedan despegar y distinguir en calidad.
Entre mis elegidos estuvieron el 2013 y 2015, o bien fueron lo que me dijeron más en la primera impresión. Francamente no pude tomar mucho más registro; imagínense: dos verticales en mi casa, sólo en un par de horas, tratando de no dejar pasar por alto cada comentario de Roberto, mientras lógicamente colaboraba con el servicio.


Pienso en la cata de Unus, blend que, a pesar de tener cabernet sauvignon en su composición, igualmente supo reflejar de manera franca y clara cada año. Quizá sea responsable de ello el malbec, que ocupa el mayor porcentaje de ese corte; mientras que el cabernet, no menos importante, aporta estructura y boca, y por ello resulta fundamental; en síntesis, es igual de efectivo en su función, pero mucho más en silencio.
Feliz, al igual que todos los asistentes, esta intensa y única jornada fue coronada con un petit verdot (PV) que Roberto utiliza en muy bajo porcentaje en el corte de Unus, del cual tiene vinificado como varietal sólo una barrica, y que lógicamente, al ser tan poca cantidad, nunca sacó a la venta. Esta variedad poco a poco me viene enamorando cada día más, y a éste me animo a ubicarlo entre los PV que más me gustaron en mi vida. Tiene una particularidad muy especial, que seguramente colabore para diferenciarlo del resto de los vinos que hay en el mercado con esta cepa: proviene de un clon que Roberto había traído de Chateau Margaux (Burdeos, Francia) allá por la década del 80, cuando poco y nada se sabía de esta cepa por nuestros pagos. Seguramente todos los clones que se importaron posteriormente no tienen nada que ver con éste. El vino proviene de un viñedo actualmente de 17 años, ubicado en Mayor Drummond (Luján de Cuyo) frente a la bodega; posee una crianza en barrica de doce meses, similar a la que se le hace al Mendel Cabernet Sauvignon.

Fue un lujo que Roberto haya traído para compartir semejante joya que sólo entrega 300 botellas al año, y que las conserva guardadas en su cava para compartir con sus amigos en momentos especiales. Desde ahora me hace empezar a soñar que la próxima vertical en la cueva la tenga como protagonista, para que el placer y el aprendizaje se sigan potenciando “al cubo”. 

martes, 19 de julio de 2016

"Caelum, blancos preparados para crecer"


                         


Son muy pocos los consumidores que, al momento de definir la compra de un vino blanco, lo piensan para guardar. Uno de los “mandamientos del vino” parece indicar que los blancos deben beberse al poco tiempo que se los adquiere y que, cuanto más baja su temperatura para el servicio, mucho mejor. Esto ha llevado a que muchos únicamente lo tengan en cuenta para consumir en verano; casi que, si no se tiene un freezer cerca, está prohibido pensar en ellos. Algunos aplican una regla bastante similar también para los vinos espumantes. 


Cuando acerco la lupa a la góndola, encuentro que el porcentaje de gama media y alta es bastante menor respecto al total de las alternativas de blancos. También es cierto que el mayor precio no me garantiza que pueda poseer potencial de guarda. En definitiva, dependemos de las intenciones del productor en hacer un vino que a mediano o largo plazo pueda crecer en complejidad, y por supuesto nosotros tenemos que ser capaces de identificar esa cualidad para tomar la decisión de guardarlo o no. Durante muchos años —creo que equivocadamente— otro mandamiento asociado a esta cuestión era que debían cumplir con una notoria crianza en madera, en boca debían ser pesados, y en la mayoría de las veces elaborados con uvas chardonnay. 


El crecimiento en la calidad, diversidad y búsquedas de nuestros vinos en los últimos años es muy significativo, al punto que a veces, si los compradores no estamos bien informados, nos cuesta estar al tanto de todo. De la amplia paleta de consumidores, la mayoría adquiere sus vinos en canales como supermercados o plataformas de ventas online, que seguramente están lejos de brindar el asesoramiento o información necesarios; por lo tanto, si el consumidor no dedica tiempo extra a investigar, seguramente empiece a perderse buena parte de la película que nuestra industria nos ofrece año a año.



                           



No quería dejar de ubicarlos dentro de este escenario, antes de compartir la nutritiva experiencia que tuvimos recientemente cuando hicimos dos catas verticales con blancos de la línea reserva de Bodega Caelum, guiados a través de una comunicación vía Skype por Giuseppe Franceschini y Hernán Pimentel, enólogo y propietario de la bodega, respectivamente. Según mi opinión, “el tano” Giuseppe Franceschini es uno de los elaboradores que mejor entiende esto de hacer blancos para guardar. Hace años que lo sigo, no solamente por sus elaboraciones en Caelum sino también por su proyecto personal Bacán y por muchos otros que asesora.


Bodega Caelum está ubicada en Agrelo, Luján de Cuyo, y es un proyecto familiar que nació en 2009; posee 30 hectáreas plantadas en la región, en parte minoritaria utilizadas para sus propios vinos y en parte mayoritaria para abastecer a otros productores. De las etiquetas que degustamos y pasaré a detallar a continuación, hasta la cosecha 2011 fueron elaborados con uvas provenientes de fincas de terceros, en el Valle de Uco; del 2012 en adelante, de las propias en Agrelo, recién mencionadas.


                        

Los vinos se degustaron en dos tandas, tres copas servidas al mismo tiempo, con intenciones de que la comparación entre las diferentes cosechas pudiera ser más efectiva. Se probó, en la primera tanda, Caelum Chardonnay Reserva 2009, 2010 y 2011; y en la segunda, Caelum Fiano Reserva 2012, 2013 y 2014.



Algunas apreciaciones


— En ambas mini verticales los vinos más interesante por complejidad y estado fueron los más añejos, es decir, el Chardonnay 2009 y el Fiano 2012.


— Otro punto interesante es que en todos los vinos se podía encontrar una fruta con buena maduración, digamos “dulce”, pero excelentemente equilibrada con una atractiva y presente acidez. Atención a este tema: fruta madura/dulce en vinos que a su vez son bien secos, sin azúcar residual, de PH muy bajo. “El tano” comentó que la clave de este equilibrio entre densidad, dulzor y acidez obedece a la composición de los suelos de Agrelo, junto con el trabajo del viticultor, desde luego. 


— Si bien todos los vinos poseían crianza en barrica de roble (nueva, de primer, segundo o tercer uso, o una combinación entre éstas), en ningún caso la madera opacaba la fruta; al contrario, aportaba complejidad desde lo aromático, pero sin anularla.


— La vivacidad y entereza de todos los vinos me sugieren que, obviamente bien guardados, podrían seguir creciendo. Para ser franco, mi falta de experiencia no me permite precisar cuánto tiempo más. Según “el tano”, pueden tener una buena vida entre 7 y 15 años, algo lógico teniendo el cuenta que el chardonnay 2009 ya con siete encima llegó muy bien. Imagino que cada caso será particular y tendrá que ver con las condiciones del año: por ejemplo, mientras el “chardo” 2010 se destacaba por un plus de frescura extra y el 2011 por ser algo más potente; en el caso de los Fiano, si bien el 2013 sobresalía por lo expresivo, la experiencia de Giuseppe afirma que el 2014 será, en el futuro, el mejor de todos. Algo para agregar: el Fiano 2012 comenzaba a tener aromas que, además de minerales, me recordaron a los típicos hidrocarburos que solemos encontrar en los riesling con cierta evolución.


— Un punto no menor: tan importante como una buena copa, es la temperatura del servicio. Uno piensa en la temperatura de un blanco quizás entre 6 °C y 10 °C, pero creo que el mejor punto en éstos es entre 10 °C y 12 °C, dado que la mayor temperatura colabora a una mejor expresión aromática de las sutilezas producto de la crianza. Cabe aclarar que la frescura natural en boca ayuda al desplazamiento suelto del vino.
Con respecto a la elaboración, Hernán comentó que para mantener la identidad de los vinos, excepto en la 2016 que por cuestiones climáticas tuvo una maduración muy diferente a la habitual, siempre eligieron crear las condiciones necesarias para evitar la fermentación maloláctica (FML); vale destacar que, como la fermentación alcohólica (FA) suele hacerse en barrica, tiene que utilizar enfriadores para que la FML no se dispare espontáneamente. Giuseppe agregó que la FA en barrica integra todo mucho mejor, haciendo referencia a la parte tánica y aromática. 


Hablando de roble, nos adelantó que comenzarán a utilizar toneles de 600 litros —más volumen, menos impacto desde lo aromático—, y que los eligió en función de los bosques de donde provienen. Giuseppe no habló de tonelerías ni de tostados, hizo hincapié en los bosques de origen; evidentemente es una variable fundamental y que por lo visto conoce bastante, no sólo porque lo escuché disertar en varias oportunidades sobre este tema, sino porque sus vinos lo confirman. Tal como les comenté al principio, sigo sus elaboraciones en todos los proyectos, y el uso de este recurso suele reflejarse siempre con mucho equilibrio.
El fiano es un capítulo aparte. Poco y nada sabemos de esta variedad típica de Sicilia (Sur de Italia). Franceschini les sugirió a los Pimentel que la plantaran aquí, ya que creía que se adaptaría muy bien, y día a día confirmamos que no se equivocó. Caelum tiene plantada sólo una hectárea y media de fiano en Agrelo; hasta donde mi memoria alcanza, sólo recuerdo que los Zuccardi también tienen plantado para la línea Innovación de Santa Julia, pero en el Este mendocino (recuerdo haberlo probado, y era un buen vino, pero bajo otro concepto, pensado para beberse joven, diferente a las intenciones de hacer algo de guarda como en el caso de Caelum). 


Otra característica de la variedad es que no se destaca precisamente por la intensidad aromática (quizás por ello nunca otros productores la tuvieron demasiado en cuenta), pero sí se destaca por tener buena estructura en boca, profundidad, y acidez natural. Dichos atributos son los pilares fundamentales para la guarda, y seguramente los que motivaron a Franceschini al momento de tomar la decisión de plantarla.


Algo que me llama la atención es que las dos blancas que “el tano” planta en Agrelo son la clásica chardonnay, reina de las blancas, de fácil adaptación al clima de Mendoza, y fiano, por los motivos detallados anteriormente. Sin dudas, Giuseppe, quien aún no era gran conocedor de nuestro terroir, no confiaba en el potencial del sauvignon blanc: necesitó pocos años para descubrirlo, entenderlo y ubicarse hoy entre los que mejor la saben interpretar en nuestro país; me refiero al Bacán, la etiqueta de su proyecto personal.


En marzo pasado escribí una pequeña nota que aquí les vuelvo a compartir, la cual surgió luego de probar diversas añadas de los Espumantes Eclat, también pertenecientes a bodega Caelum. Además de encontrar muchos puntos en común entre ambas catas y conclusiones, se refuerza mi admiración por las familias productoras como la Pimentel, que, fiel a su gusto, principios o “filosofía”, optan por elegir un camino más complejo para sus elaboraciones, sin importar que sea el más difícil, o el que necesite de más tiempo o atención para ser valorado. Así evitan caer en estándares obvios, muchas veces más fáciles de comprender y, por ende, de vender.


                                    


viernes, 18 de julio de 2014

“Zorzal y sus diversas interpretaciones del pinot”

Mi experiencia

Mis primeros contactos con el pinot noir se remontan a la época en que comencé a beber vino. Durante mucho tiempo tuve esa sensación mezclada entre no entenderlo y no disfrutarlo plenamente. Tal vez había algo que me impedía hacerlo, y me llevaba a que frente a una góndola, entre el resto de las tintas, quedara último en mi preferencia. Quizás podía tratarse de mi falta de madurez como consumidor, que en ese momento esperaba de un tinto algo bien diferente a la suavidad del pinot. Al mismo tiempo, tampoco me seducían aquellos exponentes que, a pesar de ser puro varietales de la cepa, podían confundirse fácilmente con cualquier otro “tinto con madera de moda”, y ahí la responsabilidad ya creo que pasaba a ser compartida. Además de mi falta de agudeza para comprender, también creo que estaba la de un productor más ocupado en elaborar un estilo de vino, que en intentar obtener lo mejor o lo más auténtico de cada cepa o lugar.

De aquel momento a la actualidad transcurrieron varios años, seguro más de diez. Gradualmente, sobre todo en estos últimos, comencé a encontrar cada vez más bodegas que logran interpretar la variedad para resaltar sus virtudes, sin forzarlas a ser lo que no pueden ser, y sin resignar cualidades: vivacidad, expresión, tipicidad, elegancia y hasta potencial en algunos casos. Todo esto coincide con que yo también comienzo a valorar mejor determinados atributos, a entenderlos, a disfrutarlos de otra manera, y a encontrarles el momento o la compañía ideal. Pareciera que el elaborador y el consumidor necesitamos años de aprendizaje y crecimiento –cada uno desde su lugar– para llegar hasta este punto donde ya muchos podemos percibir el comienzo de un camino, más auténtico, y lo que es mejor aún, también hasta dónde queremos llegar.

Si salgo al mercado y pienso actualmente en bodegas que vinifiquen pinot, el abanico se me empieza a achicar, y bastante. Es algo lógico: sabemos que no se trata de una uva fácil, tanto en su cultivo como en su elaboración; dado que su grano es pequeño y su delicada piel requiere una maduración lenta, y que dentro de la bodega los cuidados tampoco pueden ser menores. Seguramente hay regiones en nuestro país que por el clima más frío son mucho más propicias que otras para su adaptación y correcta maduración.


A pesar de todo esto, hay varias bodegas que lo están trabajando muy bien. Entre ellas, resalto a una que actualmente cuenta con cuatro pinot entre las diferentes líneas de su porfolio. Según mi humilde opinión, lo más importante es que todas, además de gustarme y considerarlas de alta calidad, entregan vinos con matices bastante diferentes entre sí. Hablo de Zorzal Wines, ubicada en Gualtallary (1350 msnm), Tupungato, Valle de Uco. Es una joven bodega de apenas seis años de vida, cuyos capitales mayoritarios son canadienses, pero que desde sus inicios está comandada por los hermanos Michelini: Juan Pablo, como enólogo permanente en la bodega; Matías, asesorando, y Gerardo, más enfocado en el área comercial.



Degustación
Luego de probar recientemente media docena de pinot de Zorzal, entre añadas actuales y otras más antiguas, me animo a compartir algunas impresiones. Comienzo por el que se encuentra en la base del porfolio, Zorzal Terroir Único Pinot Noir 2013 (TUPN) ($ 80). Encuentro en este pinot lo que muchas veces pretendo cuando pruebo un vino de esta cepa. Su moderada carga colorante me anticipa un poco lo que percibiré en nariz y en boca. Sus aromas de intensidad media y “virtuosamente simples” me recuerdan a una suave fruta roja ácida con leves tonos terrosos y herbales. Donde más disfruto de este vino es en boca: allí se muestra directo, seco, sumamente fresco, con taninos pulidos que dejan lugar a la acidez, que se ocupa de sostenerlo.


El que le sigue en la línea es el Zorzal Gran Terroir Pinot Noir 2013 (GTPN) ($ 110). Esta línea se caracteriza por tener una mayor crianza en madera; sin embargo, a pesar de ello, este aporte potencia los atributos del pinot sin taparlos, contribuyendo a una atractiva redondez y gran complejidad en los aromas de boca, que se inclinan más aún hacia los terrosos, sin resignar los típicos minerales que entrega la región. Le encuentro perspectivas de crecimiento, afinamiento y por ende elegancia. Para ser concreto, el TUPN lo bebería joven, mientras que el GTPN me animaría a guardarlo, y tener la posibilidad de testearlo con cierta periodicidad; su costo, que no es tan alto, me permitiría tranquilamente “stockearme” con alguna cajita.



Como tenía a mano añadas anteriores de estas dos líneas, aproveché también para probar el Zorzal Terroir Único Pinot Noir 2012 y el Zorzal Gran Reserva 2011 (anteriormente la línea GTPN se llamaba Gran Reserva; desconozco por qué motivo a la 2012 no la vi nunca por Buenos Aires).

Considero que de las antiguas a las nuevas todo fue crecimiento cualitativo. Teniendo en cuenta que se trata de vinos que suelen destacarse por su marcada acidez, en las más jóvenes la encontré mucho mejor ensamblada. Para explicarlo de otra manera, la acidez no se acentuaba sobre los costados de la lengua, sino que era pura frescura y vivacidad en la totalidad del líquido cuando se desplazaba por la cavidad bucal. Cuando le comenté a Juan Pablo Michelini mi observación sobre el crecimiento percibido en las respectivas 2013, me dijo que él estaba de acuerdo conmigo, y me aclaró que, si bien desde lo técnico no hay cambios en la elaboración, en las nuevas “jugaron” más con los diversos momentos de cosecha. Para él, esto hizo que los vinos ganaran en carácter.

La búsqueda

A pesar de ya tener en la cancha dos pinot y muy buenos, “Los Miche” por lo visto entienden que de la cepa pueden sacar mucho más y “diferente”. En este 2014 salen por primera vez a la venta el Zorzal Porfiado Pinot Noir 2010 ($ 590) y el Zorzal Eggo Filoso Pinot Noir 2013 ($ 265). El primero se crió el 30% durante tres años en barriles y el otro 70% sólo 10 meses. Ese blend, que además mezcla zonas de diferentes alturas y suelo, ya muestra, por su intenso color, un aspecto imponente cuando lo llevo al copón; segundos más tarde se condice con su gran potencia aromática en nariz y en boca. Es de esos vinos que desde el primer momento empiezan a decir y mucho: van a la boca y te la llenan, sus taninos son sumamente amables, es íntegro en el paso y posee gran persistencia en el final; la intensa fruta sostiene de manera genial a todo lo cedido por la crianza. No hay manera de que no le resulte bien amigable a todo perfil de degustador: iniciado o profesional, acá o en la China.


Muy opuesto a este último, se encuentra el Filoso: nacido de una mancha de caliche en un cuartel específico en un viñedo de Gualtallary, vinificado racimo entero en un huevo de cemento (sin revestimiento en su interior), que luego de separado el vino gota, vuelve al huevo durante seis meses más para continuar con su crianza. Contrariamente al Porfiado, se va hacia el otro extremo. Necesitó mucho tiempo más de aireación para recién empezar a expresarse: fue como si le hubiese costado largar lo que tenía para contar –y que no era mucho tampoco–, pero era tan puro, genuino, directo y tenso en el paso por boca que, desde otro lugar –el de consumidor curioso e inquieto que soy–, también me dejó muy satisfecho. Es algo que va más allá del disfrute en sí, o de la complejidad, o una puntuación. En este vino lo que más valoro es la búsqueda, la jugada en sí, poder coquetear con los extremos. Pero aclaro: dudo que sea para todo tipo de consumidor; o al menos quien tenga la posibilidad de descorchar alguno es importante que sepa de antemano el estilo de vino con el que se va a encontrar.

En lo personal, que una misma cepa me pueda llevar por tantos lados diferentes es grandioso. Si hoy fueron cuatro los lugares, no me quedan dudas de que mañana serán cinco, seis o más. Sin irme muy lejos, uno de mis vinos preferidos de PassionateWine, el proyecto personal de Matías Michelini, es el Montesco Punta Negra, casualmente también pinot, pero que no tiene nada que ver con los de Zorzal que mencioné hasta aquí. Su crianza en un antiguo tonel de 2.000 litros le aportó otros tonos terciarios, que lo emparentan con un estilo más Viejo Mundo, completamente diferente a las cuatro etiquetas detalladas antes.

Diversas interpretaciones

La misma cepa, región y bodega; mismos enólogos, pero con la inquietud y capacidad por elaborar vinos tan diversos entre sí. El denominador común entre todos es la personalidad, la energía y la vivacidad en el recorrido por boca. Las variables, por lo visto, son cada vez más, y dependen directamente de la mentalidad de estos productores en el momento de “volar” y crear. No hay dudas de que me garantizarán futuro y gran crecimiento en complejidad, sobre todo en el Porfiado, que, a pesar de encontrarse muy disfrutable hoy, está sumamente lejos de su techo. Para el Eggo Filoso también recomiendo paciencia, pero en la copa, ya que necesitó mucha aireación. Cada vez estoy más convencido de que la primera impresión no cuenta: para este último también es muy importante abrir la “cabecita” a esa fruta fresca que por sus tonos minerales pareciera salpicada de piedras. Vale resaltar que estos dos alta gama, sumamente especiales, de partidas tan limitadas, además de ser bastante difíciles de conseguir, tienen un valor elevado y quizá sean inalcanzables para muchos consumidores. Sin embargo, por suerte las interpretaciones de pinot noir en Zorzal son cada vez más, y en segmentos de precios mucho más amigables están el Terroir Único y el Gran Terroir, como ya les comenté al comienzo, buenos representantes y ambos muy recomendables también.




domingo, 22 de diciembre de 2013

“Mi visita a la degustación anual 2013 en el Valle de Cafayate”

En noviembre pasado el Consejo de Profesionales Vitivinícolas del NOA (Co.Pro.Vi) organizó una degustación con los vinos más representativos de la cosecha 2013 de los Valles Calchaquíes. El evento se realizó en la recién inaugurada, e imponente por su arquitectura, Bodega Piatelli de Cafayate. Si bien se trata de la séptima edición del evento, dedicada a los profesionales del sector (enólogos, agrónomos, bodegueros, periodistas), es la segunda abierta al público en general.


La degustación estuvo dirigida por los propios organizadores y fue bien descontracturada. 


Los asistentes, aproximadamente ciento ochenta personas, degustaban las muestras, puntuaban en una planilla y, en varios casos, se animaron a comentar públicamente sus impresiones; mientras desde el frente los profesionales aportaban data: un ida y vuelta bastante entretenido.



La selección de las muestras estuvo a cargo de los propios enólogos. La idea original no era mostrar una bodega en sí, ni los mejores vinos del año, sino, sobre diversos varietales, lo más representativo que ofreció el Valle durante el 2013. En total, nueve vinos presentados de la siguiente manera: Malbec para beber joven, Malbec para crianza en roble, Bonarda, Tannat, Cabernet Sauvignon, Chardonnay, Torrontés, Sauvignon Blanc, Tardío.



Partamos de la siguiente base: muchos pueden pensar que ciertos colegas, por su actividad, serían competidores; por el contrario, todos se unieron para generar un evento y levantar la bandera de una región, dejando la camiseta de su equipo guardada en su casa. Creo que eso ya dice casi todo; el concepto se termina de redondear en mi mente cuando me entero de que algunas de las muestras fueron armadas especialmente para la cata, es decir, mezclando varietales de hasta de tres bodegas diferentes, porque consideraban que la combinación sería positiva para la expresión de la cepa. ¿Dónde podría representarse mejor la unión?

Me encantan las iniciativas como esta. Cuando muchos tiran para el mismo lado los resultados no pueden fallar. Al regresar de este viaje, volví con unas cuantas conclusiones que me gustaría compartir con ustedes. Me apoyo también en las bodegas que aproveché para visitar ese “finde”, y en otro viaje que hice en febrero pasado junto a mi familia.

Con respecto a los vinos de la degustación, todos 2013, algunos habían sido “blendeados” unos pocos días antes; así y todo, las muestras resultaron muy expresivas, amenas y disfrutables. Enfocándome sobre cada uno de los varietales en sí, confirmo nuevamente el potencial del tannat en el valle. Aunque no me gusta ser terminante, no creo que logre esa expresión en otra zona. Por otro lado, descubro que dos cepas como el sauvignon blanc y el bonarda empiezan a encontrar su camino. Ambos exponentes resultaron muy equilibrados y con tipicidad varietal bien definida. También me entusiasmó mucho ver cómo el cabernet y el torrontés siguen ganando en elegancia sin resignar identidad. Este cambio lo percibo gradual y, en el caso del cabernet, creo que todavía está lejos de su techo. 
Algo más personal: mientras que el 90% de los chardonnay de nuestra geografía tienden a aburrirme, porque caen en perfiles comunes y lejos de conmoverme, en Cafayate encontré uno con un carácter único, que seguramente tendrá mucho que ver con su lugar de origen y con “la mano” que se ocupó de plasmar claramente esa combinación de variables que llamamos “terroir”. Por todo eso, me ha impactado ese “chardo”; si me lo pusieran a ciegas, podía identificarlo sin dudar. 
Por su parte, los malbec estaban más que bien para cada una de las alternativas. Conociendo la cantidad y variedad que nos ofrece nuestro país, están acordes, porque son jugosos, concentrados, pero tampoco tengo puntos especiales para destacar. Con respecto al tardío del final, lo encontré entre la media a nivel país. Creo que con este estilo de vinos aún nos falta mucho por aprender, tanto para elaborarlos como para disfrutarlos.

Me remonto a hace quince años atrás, cuando empecé a probar vinos. Siempre me fue relativamente fácil identificar los vinos salteños entre el resto de los de nuestro país; de hecho, podía no diferenciar a los de la Patagonia o Mendoza, pero con los del Norte era habitual que, con la primera aproximación a la nariz, “el tipo ya te tirara una data, y le sacabas la ficha”. Ese inconfundible pimiento típico que se movía en un espectro desde aromas que podían recordar a uno bien verde recién cosechado, hasta el rojo, maduro y asado; esos aromas que después se potenciaban con mucha fuerza en boca eran su sello indeleble y bien característico. Pero, claro, todo esto era tan saliente que de alguna forma unificaba a todos los vinos de esa región, o al menos a una buena parte de ellos. Si bien en alguna época como consumidor lo disfrutaba, hoy a la distancia lo veo así, y estoy lejos de buscar o pretender encontrar lo mismo cuando los descorcho. Creo que algo similar ocurrió a nivel país con tantos años de abuso de sobremaduración, estrés, sobreextracción, madera, etc., intervenciones que de alguna manera tampoco colaboraron a la expresión de una región, ni a la del varietal en algunos casos. 

Hoy por suerte las cosas de a poco van tomando otro color, y el valle no es ajeno a ello. A raíz de mis visitas en este último año, puedo decir que sus vinos empiezan a mostrarse cada vez más definidos en sus aromas. No hablo de potencia sino de una mayor nitidez. En boca están más listos para beber, porque ya no hay que esperarlos tanto tiempo para que sus taninos estén bien redondeados. Así me lo demostraron las nuevas añadas de los tope de gama de El Porvenir, El Esteco o el Arnaldo B. Con respecto al sello NOA del que hablaba, parece estar más domesticado y respetuoso, ya que deja traslucir otros matices y ahora se comporta casi como un “sello de agua” que permite identificar claramente un varietal, y me animo a decir hasta la identidad de un viñedo. 

Imagino que llegar hasta aquí fue un trabajo, que coincide un poco con una nueva y joven camada de enólogos que dejaron de lado las recetas y tienen una estrecha relación con el viñedo, porque saben que, si logran entender el potencial o “las mañas” de cada finca, sólo les queda aportar su sensibilidad al proceso; el resto lo hacen las levaduras, la barrica en algunos casos y la botella, que por lo visto ya no es tan crucial como en años anteriores. Esto tampoco se debe interpretar como que no tienen potencial para la guarda; al contrario, apuntalándose sobre la concentración y un perfil más fresco, la vida de estos vinos de alta gama dibuja una curva apenas pronunciada, en la que su mejor momento comienza relativamente pronto, y cuya gran virtud será sostenerse en el tiempo. Desde otro punto de vista puedo decir que el consumidor tendrá una brecha mucho más amplia para disfrutarlos plenamente; mientras que antes los graficaría con una curva más pronunciada, que tendría la forma de una parábola, donde para llegar a la cima hay que transitar o esperar más tiempo, a riesgo de que esa etapa de meseta pueda o no resultar prolongada.

Hablé de esta camada de jóvenes enólogos. Dejo de lado la degustación y me meto un poquito dentro de sus bodegas. La charla me ayuda a entenderlos, y cuando pruebo los vinos encuentro una coincidencia entre el producto y sus hacedores. Suena raro, pero es un poco así. 

Recuerdo haber llegado a Bodega Etchart en plena cosecha. Mientras “Nachito” López nos armaba una cata con muestras de componentes (verdaderas “bombas” para la alta gama), no podía descuidar su radio con instrucciones para su equipo. Claro, se trataba de semanas decisivas: en sus manos estaban doce millones de botellas que debían abastecer a todo el país, y no hablo sólo de volumen, porque la bodega tiene vinos en todos los segmentos de precios, y desde el primero hasta el último mantienen una calidad acorde, que en algunos casos alcanza un grado destacable. Las pruebas están en el crecimiento en ventas de los segmentos medios; inmensos tanques y una nueva sala de barricas se están construyendo a mi vista, mientras degusto entre muchas cosas un ancellota impactante, del cual desconozco su destino.



El Esteco es otra que no se queda atrás con el volumen. Allí “Ale” Pepa tampoco le quita el foco a la alta gama; al contrario, cada vez se lo pone más. Por el momento su tope de gama es Altimus, pero el que le sigue, los Serie Finca Notables (con su cabernet), se encuentra entre mis preferidos. Las palabras claves, en mi opinión, son “elegancia” e “identidad”. Recientemente en la línea también salió un tannat que no probé y del cual me hablaron maravillas. En exclusiva Pepa anticipó un nuevo icono, por encima del Altimus, que está naciendo en una finca ubicada en un lugar muy especial y a mayor altura.


Amalaya es otra bodega que siempre seguí de cerca, y en los últimos años sus cambios fueron favorables porque desarrollaron vinos pensando en una porción de mercado más amplia. Nos podrían gustar mucho, pero aquellos Amalaya 06/07, que en esa época parecían casi de culto, estaban lejos de ser disfrutables para todo el mundo; con el tiempo se supieron adaptar a un estilo más bebible y más gastronómico. De a poco, en estos años Amalaya está consolidando su rumbo; por ejemplo, otro de los grandes aciertos del equipo Paco Puga/Javier Grané es el Amalaya Blanco, corte de “torro” con riesling, que va por el tercer año, manteniendo la frescura y buena relación precio calidad desde su primera cosecha. Hace poco, en la bodega probamos en anticipo un nuevo Amalaya que se ubicará por encima del Gran Corte: el aún “sin nombre” se mantiene acorde al estilo y la calidad de la línea. También probamos muestras de tanques y de barricas de cabernet franc 2013: el “sin madera” está hermoso; una pena que no podamos disfrutarlo como varietal, ya que serán futuros componentes de los cortes.

Mariano y Paco, en el alboratorio de Bodega Amalaya

No puedo dejar de mencionarlo: en un almuerzo (no recuerdo en cuál) tomé el Syrah Reserve 2011 nuevo de Nanni. Fruta en una maduración justa, especiados, fresco; me encantó. Me gusta encontrar así a esta cepa que durante mucho tiempo se la asoció a la insolación de San Juan y a la sobremaduración, perdiendo de esa manera sus mejores encantos. No es el caso del de la familia Nanni. Lo recomiendo efusivamente.



Estos dos viajes los compartí con “Marianito” Quiroga Adamo, enólogo de Bodega El Porvenir de Cafayate. Creo que si Mariano hubiera sido jugador profesional de fútbol, sería de esos jovencitos inquietos, a los que les gusta divertirse tirando gambetas, que no se achicaría y que si tuviera que debutar en un superclásico ante cincuenta mil personas lo disfrutaría como nadie. Lo llevo a este plano para tratar de mostrar algo de una persona que conocí un poco más, y cuyas actitudes logro identificar claramente en sus vinos; sobre todo cuando pruebo y comparo los de la antigua enología de El Porvenir (Luis Azmed/Isabel Mijares) con la actual de los últimos tres años (Quiroga Adamo/Paul Hobbs), ese cambio está bien explícito: la abismal diferencia entre el estilo de El Porvenir 2006 y 2011, y además pude confirmar en exclusiva que el 2012 continúa por la misma senda y cada vez más atractivo, fresco, especiado y hasta con tonos minerales. 



Para ampliar sobre cosas que degusté en la bodega, confirmo el Laborum Tannat 2011, que me encanta, y que el cabernet sauvignon aún en barrica me transmitió más que el actual Laborum hoy en el mercado. Algo interesante que ya tiene destino (y que no es precisamente el local) fue un bonarda, criado en diversas barricas: el “blendeado” entre éstas era sobresaliente, la madera presente y sumamente bien ensamblada; algo que quizás parece fácil, pero mi experiencia como degustador indica que no es tan así. Los blancos en El Porvenir también se destacan: son frescos y tienden a ser elegantes. 

Creo que uno de los vinos que más me gustó en el viaje fue el Chardonnay 2013 proveniente de la Finca Alto Los Cuises (futuro Laborum): tiene lo que me gusta encontrar en los blancos y lo que muchas veces carecen sobre todo los chardonnay. Amor a primera vista, potenciado cuando a la mañana siguiente fui a conocer la finca de apenas dos hectáreas, a 1.880 msnm ubicada entre el cerro, muy cercana a otra finca de la bodega llamada Alto Los Cardones (1.750 msnm), plantada apenas hace tres años, sobre terrazas originales hechas por los indios, con un marco de vegetación único. Cuando llegamos, el silencio del lugar me trajo a la mente ese “chardo tenso y vibrante” que había disfrutado la noche anterior. En Alto Los Cuises también hay algo de Petit Verdot (0,4 has) recién plantado. A esa pequeña finca también la “mima” Santiago Bugallo, agrónomo de la bodega; me faltaba conocer a Santiago para terminar de interpretar ese vino y todo me cierra; todo tiene un porqué y está relacionado: personas, lugar, identidad, pasión, trabajo, historias. 


Pensar que durante tantos años me detuve en tantas “pequeñeces”: recuerdo encontrarme frente a un vino en búsqueda de cosas que actualmente me parecen intrascendentes, y recién ahora estoy empezando a entender un poquito, a reconocer lo verdadero, a valorar lo genuino, a interpretar, a sentir primero con el corazón que con la nariz. Qué afortunado lograr percibirlo, y sobre todo que la vida me regale estar ahí cerca para hacerlo. Pero ¿saben qué es lo más lindo de todo? Que gracias a estos chicos, como a los que están en Mendoza, o en tantos otros lugares de nuestro país haciendo vino con un entusiasmo contagioso, Argentina comienza a escribir un nuevo capítulo en su joven historia vitivinícola, y seguramente será por lejos el más apasionante, desafiante y entretenido de todos.

Nachito López, Santiago Bugallo y Marianito

lunes, 16 de diciembre de 2013

"12° Lupa Bloguera: Propuestas para las fiestas"

En conjunto con los Blogueros del Vino, y para la última Lupa Bloguera del 2013, les acercaré tres etiquetas recomendadas para la mesa familiar de estas fiestas.



Seguramente cada hogar tenga su receta más o menos especial para esas noches. En el caso que me toca –que es pasarlo junto a mi pequeño grupo familiar, donde el vino, aunque siempre presente, está lejos de ser protagonista– nadie es tan fanático como yo: lo beben y disfrutan, sobre todo cuando los vinos son bien abordables, bebibles, lejos de ese silencio concentrado de ciertas degustaciones. Por todo eso, además de la premisa de efectividad en boca, también tuve en cuenta para mi elección de este año que el costo no disparara el presupuesto.
Pensando entonces en acompañar una entrada fría, un plato de corte de carnes a la parrilla y el brindis de la sobremesa, a continuación van mis tres recomendados:
Vuelá Rosado Pinot Gris 2013 - Bodega Piedra Negra ($ 58)
Pródigo Malbec-Bonarda 2011 - Bodega El Hijo Pródigo ($ 55)
LEO Extra Brut (60% Chardonnay/40% Pinot Noir) - Bodega Casa Bianchi ($ 70)
El Vuelá es un rosé “muy light”, en sabor es fácilmente confundible con un blanco. Al igual que la mayoría de los vinos de François Lurton no defrauda: es hiperfresco, con frutas blancas, algún floral; expresivo. De esos que no te cansas de beber, e ideales para abrir la “cancha”. 


El Pródigo (65% Malbec/35% Bonarda) es una etiqueta relativamente nueva que Alessandro Speri elabora con uvas provenientes de viñedos propios de La Consulta. Se trata de uno de esos vinos directos, que no se destacan precisamente por la nariz, pero que en boca son bien efectivos: fruta roja bien jugosa, con una estructura ideal –aportada por una corta crianza en barrica– para acompañar algún corte vacuno. Además, en boca le encontré cierta rusticidad que me resultó atractiva y original.




Para cerrar la noche, elegí el espumante LEO Extra Brut, elaborado por la bodega sanrafaelina Casa Bianchi y siguiendo el Método Tradicional. Lo descubrí a ciegas en el marco de una cata de veintipico de espumantes organizada por los muchachos del sitio especializado Vinosaurio. Por sus características de tener todos los aromas particulares (frutales, levadura, etc.) sumamente moderados y en equilibrio, y en boca un desplazamiento delicado y para nada cansador, es ideal para la sobremesa larga, y también para colocar al comienzo y darle “a capella” mientras recibimos a las visitas.




El Pródigo quizá se encuentre solamente en vinotecas, mientras que los vinos de Lurton y Casa Bianchi son más fáciles de encontrar en supermercados; tal vez este Vuelá en particular, al ser una partida tan limitada, cueste un poco ubicarlo. Sin embargo, tal como dije, otros blancos de esta bodega del Valle de Uco también pueden resultar buenas opciones de compra.

Si bien en este blog –que pronto cumplirá cinco años– escribo pura y exclusivamente mi humilde opinión sobre vinos, no quiero dejar pasar por alto la oportunidad para expresar hoy más que nunca mi infinito deseo de paz, amor y unión a todos los habitantes de nuestro país.



jueves, 24 de octubre de 2013

“Lupa Bloguera (11º Caso: blancos)”


A continuación les comentaré mis impresiones sobre tres blancos que probé recientemente para una nueva Lupa Bloguera de Los Blogueros del Vino. De casualidad todos tenían diferente composición varietal, provenían de diversas regiones y eran de distintas franjas de precio. Quizás esa casualidad y el atractivo punto en común entre ellos hayan colaborado a disparar una pequeña reflexión en el final. Si bien ninguno me “voló la peluca”, quiero aclarar que todos me parecieron recomendables y que los compraría con gusto, ya que son buenas alternativas para sus respectivos segmentos.




Santa Julia Innovación Albarinho 2012 ($ 40)

Está elaborado con uva proveniente de la región de Santa Rosa (Sudeste de Mendoza, 620 msnm). En nariz sus aromas me recuerdan a frutas blancas y florales; en boca es franco, fresco y posee ciertos amargos que por momentos me recuerdan mucho al torrontés, no precisamente al cafayateño.
Siempre estoy atento a lo que ofrece Santa Julia en esta línea. El punto en contra es que muchas veces cuesta conseguir alguna botella ya que las partidas suelen ser limitadas, por ejemplo de éste sólo se hicieron 1.200 botellas. El punto positivo es que, sin invertir demasiado dinero, en esta línea siempre puedo probar o conocer otras cepas. Un consejo en caso de que su “vinotequero amigo” no los trabaje aún: sugerirle que “afloje” un poco con los chardonnay y malbec, y que esté atento a lo que Familia Zuccardi ofrece en sus recomendadas y atrevidas líneas Innovación y Textual.



Los Cardos Chardonnay 2012 ($ 55)

Este blanco de Bodega Doña Paula combina fruta de dos zonas: Ugarteche, Luján de Cuyo (1.050 msnm) y Gualtallary, Valle de Uco (1.350 msnm); ambas mendocinas, pero que por su ubicación y altura, en cada una se resaltarán diferentes atributos. También es para destacar que la enología en este caso está a cargo de David Bonomi, quien año a año suma propuestas en su porfolio, sobre todo en blancos, y se consolida con la calidad de sus etiquetas. En mi opinión todos los blancos de la bodega son una garantía. Al degustar Los Cardos le encuentro las típicas notas frutales del chardonnay pero matizadas con ciertos cítricos, herbáceos y minerales; en boca su fruta es levemente untuosa y madura, aportando cuerpo, y bien balanceada con una más ácida y fresca; dicha combinación genera que este “chardo” sea vivaz y bien entretenido en su paso. Este buen balance muchas veces es difícil de encontrar en esta cepa. Seguramente mucho tenga que ver la combinación de regiones, el arte del gran David y cómo mima a sus “casi congelados tanques de acero” del establecimiento de Ugarteche.



RD Sauvignon Blanc 2013 ($ 95)

Este varietal 100% de Bodega Tacuil (Finca Tacuil, 2.630 msnm, Molinos, Salta) sale de la media de los sauvignon, y eso me gusta. Hay vinos que pueden sobresalir por estilos, aromas, por sellos del enólogo, o bien –como en este caso– por la región de su procedencia. Si hace diez años me guiaba por la teoría que encontraba en los libros, nunca hubiera pensado que el NOA iba a entregarnos un Sauvignon Blanc, y mucho menos de características tan atractivas. Aunque son apenas 3.000 botellas, por suerte el RD de Tacuil llegó para sumarle matices al universo del sauvignon de nuestro país. Muy expresivo desde entrada, gran complejidad y nitidez aromática, con herbáceos, cítricos y minerales en la medida justa, sobre un fondo frutal que fue tomando protagonismo a medida que iba subiendo la temperatura en el copón. Si bien posee buena frescura, quizás hubiera esperado algo más de explosión en boca. Puede que al ser embotellado hace muy poco, aún no se haya desarrollado plenamente.



Un punto positivo en común en los tres es que todos contaron con la frescura necesaria para que fueran vivaces en el paso por boca; algo fundamental, pero que hace algunos años atrás costaba encontrar, principalmente en los blancos. 

Varietales no tradicionales, que combinan cepas y regiones, y apuestan a otras zonas. Profesionales que, a pesar de un mercado que sigue demandando tintos con madera, invierten tiempo y capital en buscar la excelencia en blancos finos, sutiles y frescos; al menos en esta oportunidad fueron los factores que colaboraron a que esta tanda de blancos fuera entretenida, disfrutable y, por sobre todo, me diera buenos argumentos para compartirlos aquí con ustedes.



Los Blogueros del Vino probaron los siguientes blancos:


Vinos en Buenos Aires: Trapiche Alaris Sauvignon Blanc 2013
Fabian Mitidieri: Castel Blanco (2012)

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