Mis primeros contactos con el pinot noir se remontan a la época en que comencé a beber vino. Durante mucho tiempo tuve esa sensación mezclada entre no entenderlo y no disfrutarlo plenamente. Tal vez había algo que me impedía hacerlo, y me llevaba a que frente a una góndola, entre el resto de las tintas, quedara último en mi preferencia. Quizás podía tratarse de mi falta de madurez como consumidor, que en ese momento esperaba de un tinto algo bien diferente a la suavidad del pinot. Al mismo tiempo, tampoco me seducían aquellos exponentes que, a pesar de ser puro varietales de la cepa, podían confundirse fácilmente con cualquier otro “tinto con madera de moda”, y ahí la responsabilidad ya creo que pasaba a ser compartida. Además de mi falta de agudeza para comprender, también creo que estaba la de un productor más ocupado en elaborar un estilo de vino, que en intentar obtener lo mejor o lo más auténtico de cada cepa o lugar.
De aquel momento a la actualidad transcurrieron varios años, seguro más de diez. Gradualmente, sobre todo en estos últimos, comencé a encontrar cada vez más bodegas que logran interpretar la variedad para resaltar sus virtudes, sin forzarlas a ser lo que no pueden ser, y sin resignar cualidades: vivacidad, expresión, tipicidad, elegancia y hasta potencial en algunos casos. Todo esto coincide con que yo también comienzo a valorar mejor determinados atributos, a entenderlos, a disfrutarlos de otra manera, y a encontrarles el momento o la compañía ideal. Pareciera que el elaborador y el consumidor necesitamos años de aprendizaje y crecimiento –cada uno desde su lugar– para llegar hasta este punto donde ya muchos podemos percibir el comienzo de un camino, más auténtico, y lo que es mejor aún, también hasta dónde queremos llegar.
Si salgo al mercado y pienso actualmente en bodegas que vinifiquen pinot, el abanico se me empieza a achicar, y bastante. Es algo lógico: sabemos que no se trata de una uva fácil, tanto en su cultivo como en su elaboración; dado que su grano es pequeño y su delicada piel requiere una maduración lenta, y que dentro de la bodega los cuidados tampoco pueden ser menores. Seguramente hay regiones en nuestro país que por el clima más frío son mucho más propicias que otras para su adaptación y correcta maduración.
A pesar de todo esto, hay varias bodegas que lo están trabajando muy bien. Entre ellas, resalto a una que actualmente cuenta con cuatro pinot entre las diferentes líneas de su porfolio. Según mi humilde opinión, lo más importante es que todas, además de gustarme y considerarlas de alta calidad, entregan vinos con matices bastante diferentes entre sí. Hablo de Zorzal Wines, ubicada en Gualtallary (1350 msnm), Tupungato, Valle de Uco. Es una joven bodega de apenas seis años de vida, cuyos capitales mayoritarios son canadienses, pero que desde sus inicios está comandada por los hermanos Michelini: Juan Pablo, como enólogo permanente en la bodega; Matías, asesorando, y Gerardo, más enfocado en el área comercial.
Degustación
Luego de probar recientemente media docena de pinot de Zorzal, entre añadas actuales y otras más antiguas, me animo a compartir algunas impresiones. Comienzo por el que se encuentra en la base del porfolio, Zorzal Terroir Único Pinot Noir 2013 (TUPN) ($ 80). Encuentro en este pinot lo que muchas veces pretendo cuando pruebo un vino de esta cepa. Su moderada carga colorante me anticipa un poco lo que percibiré en nariz y en boca. Sus aromas de intensidad media y “virtuosamente simples” me recuerdan a una suave fruta roja ácida con leves tonos terrosos y herbales. Donde más disfruto de este vino es en boca: allí se muestra directo, seco, sumamente fresco, con taninos pulidos que dejan lugar a la acidez, que se ocupa de sostenerlo.
El que le sigue en la línea es el Zorzal Gran Terroir Pinot Noir 2013 (GTPN) ($ 110). Esta línea se caracteriza por tener una mayor crianza en madera; sin embargo, a pesar de ello, este aporte potencia los atributos del pinot sin taparlos, contribuyendo a una atractiva redondez y gran complejidad en los aromas de boca, que se inclinan más aún hacia los terrosos, sin resignar los típicos minerales que entrega la región. Le encuentro perspectivas de crecimiento, afinamiento y por ende elegancia. Para ser concreto, el TUPN lo bebería joven, mientras que el GTPN me animaría a guardarlo, y tener la posibilidad de testearlo con cierta periodicidad; su costo, que no es tan alto, me permitiría tranquilamente “stockearme” con alguna cajita.
Como tenía a mano añadas anteriores de estas dos líneas, aproveché también para probar el Zorzal Terroir Único Pinot Noir 2012 y el Zorzal Gran Reserva 2011 (anteriormente la línea GTPN se llamaba Gran Reserva; desconozco por qué motivo a la 2012 no la vi nunca por Buenos Aires).
Considero que de las antiguas a las nuevas todo fue crecimiento cualitativo. Teniendo en cuenta que se trata de vinos que suelen destacarse por su marcada acidez, en las más jóvenes la encontré mucho mejor ensamblada. Para explicarlo de otra manera, la acidez no se acentuaba sobre los costados de la lengua, sino que era pura frescura y vivacidad en la totalidad del líquido cuando se desplazaba por la cavidad bucal. Cuando le comenté a Juan Pablo Michelini mi observación sobre el crecimiento percibido en las respectivas 2013, me dijo que él estaba de acuerdo conmigo, y me aclaró que, si bien desde lo técnico no hay cambios en la elaboración, en las nuevas “jugaron” más con los diversos momentos de cosecha. Para él, esto hizo que los vinos ganaran en carácter.
La búsqueda
A pesar de ya tener en la cancha dos pinot y muy buenos, “Los Miche” por lo visto entienden que de la cepa pueden sacar mucho más y “diferente”. En este 2014 salen por primera vez a la venta el Zorzal Porfiado Pinot Noir 2010 ($ 590) y el Zorzal Eggo Filoso Pinot Noir 2013 ($ 265). El primero se crió el 30% durante tres años en barriles y el otro 70% sólo 10 meses. Ese blend, que además mezcla zonas de diferentes alturas y suelo, ya muestra, por su intenso color, un aspecto imponente cuando lo llevo al copón; segundos más tarde se condice con su gran potencia aromática en nariz y en boca. Es de esos vinos que desde el primer momento empiezan a decir y mucho: van a la boca y te la llenan, sus taninos son sumamente amables, es íntegro en el paso y posee gran persistencia en el final; la intensa fruta sostiene de manera genial a todo lo cedido por la crianza. No hay manera de que no le resulte bien amigable a todo perfil de degustador: iniciado o profesional, acá o en la China.
Muy opuesto a este último, se encuentra el Filoso: nacido de una mancha de caliche en un cuartel específico en un viñedo de Gualtallary, vinificado racimo entero en un huevo de cemento (sin revestimiento en su interior), que luego de separado el vino gota, vuelve al huevo durante seis meses más para continuar con su crianza. Contrariamente al Porfiado, se va hacia el otro extremo. Necesitó mucho tiempo más de aireación para recién empezar a expresarse: fue como si le hubiese costado largar lo que tenía para contar –y que no era mucho tampoco–, pero era tan puro, genuino, directo y tenso en el paso por boca que, desde otro lugar –el de consumidor curioso e inquieto que soy–, también me dejó muy satisfecho. Es algo que va más allá del disfrute en sí, o de la complejidad, o una puntuación. En este vino lo que más valoro es la búsqueda, la jugada en sí, poder coquetear con los extremos. Pero aclaro: dudo que sea para todo tipo de consumidor; o al menos quien tenga la posibilidad de descorchar alguno es importante que sepa de antemano el estilo de vino con el que se va a encontrar.
En lo personal, que una misma cepa me pueda llevar por tantos lados diferentes es grandioso. Si hoy fueron cuatro los lugares, no me quedan dudas de que mañana serán cinco, seis o más. Sin irme muy lejos, uno de mis vinos preferidos de PassionateWine, el proyecto personal de Matías Michelini, es el Montesco Punta Negra, casualmente también pinot, pero que no tiene nada que ver con los de Zorzal que mencioné hasta aquí. Su crianza en un antiguo tonel de 2.000 litros le aportó otros tonos terciarios, que lo emparentan con un estilo más Viejo Mundo, completamente diferente a las cuatro etiquetas detalladas antes.
Diversas interpretaciones
La misma cepa, región y bodega; mismos enólogos, pero con la inquietud y capacidad por elaborar vinos tan diversos entre sí. El denominador común entre todos es la personalidad, la energía y la vivacidad en el recorrido por boca. Las variables, por lo visto, son cada vez más, y dependen directamente de la mentalidad de estos productores en el momento de “volar” y crear. No hay dudas de que me garantizarán futuro y gran crecimiento en complejidad, sobre todo en el Porfiado, que, a pesar de encontrarse muy disfrutable hoy, está sumamente lejos de su techo. Para el Eggo Filoso también recomiendo paciencia, pero en la copa, ya que necesitó mucha aireación. Cada vez estoy más convencido de que la primera impresión no cuenta: para este último también es muy importante abrir la “cabecita” a esa fruta fresca que por sus tonos minerales pareciera salpicada de piedras. Vale resaltar que estos dos alta gama, sumamente especiales, de partidas tan limitadas, además de ser bastante difíciles de conseguir, tienen un valor elevado y quizá sean inalcanzables para muchos consumidores. Sin embargo, por suerte las interpretaciones de pinot noir en Zorzal son cada vez más, y en segmentos de precios mucho más amigables están el Terroir Único y el Gran Terroir, como ya les comenté al comienzo, buenos representantes y ambos muy recomendables también.
FERNANDO:
ResponderEliminarNo hay dudas que los Michelini tienen mano para el Pinot Noir !!
Menos el Porfiado, he probado todos los PN de ellos y la verdad que me gustan mucho !!
Me debo volver a la bodega en el próximo viaje a Mendoza...
Lindo post, como de costumbre. Poco pero bueno... no ?? Jeje
Abrazo. ROBERTO