lunes, 23 de septiembre de 2019

"Riesling, vertical y el valor agregado del tiempo"



Hace algunos años, podríamos decir fines de los 90 principios del 2000, al menos la época en que yo comenzaba a dar mis primeros pasos como "amante del vino", recuerdo que los vinos blancos tenían bastante poco protagonismo entre la media de los consumidores.


Mucho menos aun estaba en los planes guardarlos y ver su evolución en el tiempo, como efectivamente podíamos hacer con algún tinto reserva, crianza o alta gama.


Cuando elegíamos comprar un blanco tenía que ver exclusivamente con alguna situación especial de verano o la clásica para acompañar un plato de carnes blancas, mariscos, sushi, pero tampoco era siempre. Y sin importar si fuera joven o de más alta gama, seguro la consigna principal era dejarlo esperar poco tiempo en la cava, por regla o temor a que sus aromas se apagaran, oxidaran, perdiera frescura o expresión en boca.

Pero gracias a que mucho han evolucionado nuestros vinos en los último diez años no paramos de llevarnos buenas sorpresas.

El ir cambiando nuestros hábitos de consumo, a la par que muchos productores se fueron adaptando, atendiendo a lo que esperan algunos consumidores, y reformulando así continuamente su búsquedas; viajar, compartir junto a sus colegas, inspirarse en lo que prueban del mundo, y continuamente volver a intentar.


Probar alimenta, nos expande los límites, nos permite imaginar quizás aquello que nunca hubiéramos pensado, me suma a mi como consumidor, mucho más a un elaborador, que esa inspiración la puede dejar reflejada dentro de una botella.

Conozco poco y nada sobre el riesling, no mucho más que saber que es una variedad blanca de clima frío, originaria del Rin (Alemania) que se da muy bien en reconocidas regiones de Francia como Alsacia y  Mosela (Alemania/Francia), y que generalmente se la vinifica como varietal.


En nuestro país son contados los exponentes con este varietal, además de algunos provenientes de Mendoza, recuerdo también en Patagonia, otros por el NOA, en éstos más utilizados en cortes, inclusive también se está dando muy bien pero en poca cantidad en una zona costera y bastante nueva para nosotros como es la de Chapadmalal, en la provincia de Buenos Aires.


Pero hace un par de meses fue el técnico de una reconocida bodega de Mendoza que me llamó con la buena noticia y me dijo: “Qué te parece Musu si hacemos la primera vertical de siete años de nuestro riesling?”.
Rápidamente me inundó una gran ansiedad por pasar esa experiencia de viajar en apenas algunos minutos al pasado a través de un vino, conducido por su hacedor y encima de una variedad poco familiar para nosotros.



Y si bien uno podría llegar a imaginar que características tienden a adquirir vinos que estuvieron durante algunos años guardados, el hecho de degustarlos todos a la par nos brinda un panorama mucho más amplio, además de lo que influye el clima en cada añada o el trabajo del productor en particular, podríamos hablar también sobre la tendencia en una región, consumidores, gustos.

El técnico amigo era Marcos Fernández, quien desde el 2014 es primer enólogo en bodega Doña Paula, un profesional que conozco desde algunos años antes cuando se desempeñaba en otras bodegas y con el que siempre tuve bastante comunicación.

El vino en cuestión sería el riesling de la línea Doña Paula Estate y seria en "la cueva" la primera vez que se haría la vertical completa de esa etiqueta.
Podríamos decir que "Doña Paula Estate" es una línea medianamente masiva, ya que entre los blend y varietales que la componen se elaboran 1,2 millones de litros al año en la que una de esas variedades es precisamente el riesling, del que hoy se elaboran apenas 12000 botellas, de las cuales solo el 25% queda en el mercado local, y que debido a la capacidad de viñedo hay un techo máximo de elaboración de 20000 botellas. Si bien tampoco son tantas, pero evidentemente está muy lejos de los más elegidos por el consumidor, y a pesar de ser una variedad de partida limitada, pero con precio muy competitivo acorde al de una línea de semejante producción.



Si bien la bodega se encuentra en Luján de Cuyo, más precisamente en la zona de Ugarteche, los riesling probamos son todos provenientes de la zona de Gualtallary, a pesar que hay plantado en Ugarteche algo de la variedad, pero fue el del Valle de Uco el que la bodega eligió para que saliera al mercado.


Las condiciones climáticas de Gualtallary dan un balance perfecto, comienza la cata explicando Marcos, porque en otras zonas frías del viejo mundo por ejemplo muchas veces para hacer que la variedad sea bien disfrutable hay que agregarle mosto concentrado o azúcar (chaptalizar) para balancear la acidez y que no resulte tan punzante. Pero en el caso de los nuestros, los días al ser más cálidos, logran un balance ideal entre la maduración y la buena acidez.
Agregando sobre los suelos en Gualtallary, aclara que son bastantes heterogéneos, algunas partes bien pedregosas y en el sector donde se encuentra la finca particularmente es con muy bajo contenido de carbonato de calcio.
Las añadas que probamos fueron 2012,13,14,15,16,17 y 18, esta última de reciente salida al mercado.
Arrancamos catando por los más jóvenes y lo positivo que resultó haber elegido ese orden ya que hubo un momento, promediando la degustación, donde se diferenciaban claramente la complejidad aromática ganada en las tres añadas más antiguas por sobre las más jóvenes.
Al ser una de las variedades blancas que tienen más taninos, son los mismos que favorecen a su capacidad de guarda, sensación de estructura en el paladar y bien balanceada con la acidez mencionada producto suelo y clima de la zona.
Cuando hablábamos de complejidad aromática tiene que ver que con el tiempo se acentúan los "típicos aromas empetrolados" recuerdos a diesel, kerosene; mientras que en los más jóvenes predominaban más las notas a flores blancas, con clara tendencia a las notas que recuerdan a miel a medida que empiezan a pasar los años.
Si bien los alcoholes habituales son entre 12,5 y 13°, nos adelantaba que en el 2019, al ser un poco más cálido, llegaron al 13,5.
Arrancamos la degustación probando la 2018, también un año con muy buena maduración y se mostró muy intenso en aromas, con un perfil más bien floral.
La 2017 también fue una añada seca y de calidad como la anterior, resultó uno de los vinos más elogiados por la mesa, amplitud en boca, sensación de volumen, el rendimiento naturalmente bajo en esa añada por lo visto también favoreció.
La 2016 también a pesar de tener rendimiento bajo, ya sabemos que fue un año especial, con un alcohol considerablemente más bajo 11,3°, aparecen más las notas cítricas, como cáscara de mandarina, y se destaca una buena persistencia en boca, sobre todo a lo largo, algo más herbal, más recuerdos cítricos como el pomelo blanco, y al ser menor su alcohol por ende se percibe una boca con menor volumen.
Recordemos que en ninguno de los vinos se hace la fermentación maloláctica, hasta aquí más similitud entre el 2017 y 18, mientras el 2016 es bastante diferente.


A partir de la 2015 el grado de complejidad aromática crece notablemente en el resto, los colores van más hacia el dorado, pero en todos los casos bien brillantes.
Como adelantábamos una 2015 que ganó en aromas, potencia, redondez, frutas blancas, algo meloso, la 2014 algo más maduro, aromas que vuelven a recordar a miel pero más espesa, más volumen, menor acidez y mayor sensación de redondez, con respecto a la 2013, que sabemos que fue un muy buen año, por lo seco y la sanidad, ya aparecen aquellas notas a frutos secos combinado con algo láctico, todo muy sutil, una paleta bien compleja.
La 2012 siguiendo la línea aromática y perfil del anterior, y dejando en este caso esa sensación que la botella no le seguirá sumando, aunque se encontraba entera y bien disfrutable, porque nos permitió completar una gran experiencia a través de siete años, con un vino casi entrada de gama, de un precio muy amigable y que generalmente cuando sale al mercado es pensado para beberse a corto plazo, pero evidentemente guardarlo bien le suma un importante valor agregado.
Esta experiencia, sumada a muchas que vengo teniendo en los últimos años, me hace pensar que guardar en condiciones ideales determinados blancos, sin ser precisamente de altísima gama, los años lo pueden acomplejar de manera muy interesante, lógicamente que ello sea posible, tiene que ver con una buena añada, fundamentalmente bien fresca, variedades con más taninos para la guarda como podría ser semillón, chardonnay, y un productor que lo elabore de una manera bien cuidada y más reductiva.


Mientras, esperamos una nueva versión del riesling que nos adelantó Marcos, pensado más en alta gama, porque fue cosechado más tarde, trabajado con lías y criado en barrica, así como un curador de blancos jóvenes seguiré probando y seleccionando para guardar, cada vez más convencido que son muchos de ellos los que pueden seguir sumando con el tiempo, todo cambia, ahora toca aprender a esperar blancos también.

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